El 12 de agosto de 1888, coincidiendo con las obras de la exposición universal de Barcelona, se constituye en dicha ciudad el que habría de ser el primer sindicato español y uno de los más longevos del mundo que, a día de hoy, conservan su nombre de siempre.

UGT es un sindicato constituido en su cúspide por obreros, no por miembros de la burguesía media con conciencia social, como es el caso de la mayoría de sindicatos europeos. Obreros de distintos oficios, pero en el que los tipógrafos tienen un papel relevante en una España en la que la clase obrera está sumida en un analfabetismo devastador.

Desde un principio hubo casi una obsesión por la formación de la clase trabajadora, se sabe que la instrucción es fundamental para lograr la libertad de pensamiento, el juicio crítico y la defensa de unos intereses que son de clase, pero que hunden sus raíces en la igualdad esencial de todo ser humano de la que los obreros formados toman rápida conciencia. De ahí la creación a lo largo del país de Casas del Pueblo en donde se enseñaba a leer y escribir y en donde se impartían las ideas de una revolución que lo es primero en las consciencias de los trabajadores y trabajadoras españoles.

A lo largo de esos 130 años, UGT ha sido parte de la historia política, social y económica de España con un invariable propósito de mejora de las condiciones de vida de la clase trabajadora y con un afán de justicia, libertad y derechos sociales que le han llevado desde la participación en las instituciones a la convocatoria de huelgas revolucionarias, según el contexto del momento, sin que ese deseo de cambiar el mundo se viese empañado por la renuncia a las conquistas que cada oportunidad ofrecía. Quizás radique aquí el secreto de su longevidad: mantener viva la utopía sin olvidar que cada día hay retos que superar.

Está en los libros de historia, porque UGT es historia viva, su contribución decisiva en pro de los derechos de las mujeres, de la supresión del trabajo infantil, de la jornada laboral de 8 horas, de la seguridad y salud en el trabajo y de tantos y tantos derechos que hoy nos parecen normales, pero que fueron arrancados con la movilización y por los que se pagaron altos precios personales de cárcel, exilio y muerte.

También celebramos este año el 30 aniversario de la constitución de UGT en el País Valenciano. En 1988 se celebró en la ciudad de València el congreso constituyente que superaría la vieja estructura provincial y adaptaría la organización a la realidad autonómica nacida con la Constitución de 1978. No fue tarea fácil, el instinto de supervivencia también alcanza a las organizaciones y, aunque hoy parezca difícil de creer, había en aquel momento grandes tensiones centrípetas en UGT provenientes de Madrid. Rafael Recuenco fue el primer secretario general, a quien sucedieron en el cargo Conrado Hernández y Gonzalo Pino. A otros nos toca hoy continuar esa tarea que, como ellos, no asumimos solos, sino con casi 100.000 afiliados y afiliadas y 10.000 delegados y delegadas en la Comunitat. Queremos reconocer y agradecer su trabajo, pero también el de aquellos afiliados y afiliadas que lo son a nuestra organización desde hace más de 30 años; por eso hemos celebrado sendos actos en Alicante y Castellón y el próximo sábado, 15 de septiembre, celebraremos el último en el Palau de la Música de Valencia, para homenajear a quienes de verdad constituyen el sindicato y han demostrado con su afiliación de muchos años su firme compromiso con lo que representa la UGT.

En estos 130 años han sido miles los hombres y mujeres que han dedicado su vida a este sindicato en nuestra tierra y a las ideas por las que fue creado: desde Pablo Iglesias y su fuerte vinculación con Valencia (su mujer, Amparo Meliá, era valenciana), hasta el valenciano Pascual Tomás (secretario general de UGT en el exilio), pasando por el alicantino Rodolfo Llopis (presidente de UGT, también en el exilio) o María Cambrils (nacida en el Cabañal y autora en 1925 del libro Socialismo feminista). Durante tan largo período lleno de logros y adversidades, hubo una constante: la feroz crítica a nuestro sindicato de aquellos que veían en él, y lo que representa, una amenaza a sus privilegios, sin que en tal propósito renunciaran a la mentira y la calumnia de la que fue víctima, entre otros, el propio Pablo Iglesias (como se ve, nada nuevo). Pero a esa constante se opuso otra: la creencia en la dignidad del ser humano y la conquista de los derechos que la hacen posible. El tiempo pasado no fue mejor, con inteligencia y esperanza lo mejor es lo que está por venir, así lo hemos entendido los ugetistas estos primeros 130 años.