Opinión

Joan F. Aguado

Bosques por prescripción facultativa

Los bosques y las zonas verdes naturalizadas desempeñan un papel fundamental en la salud humana. Es un hecho que trasciende, con mucho, esa bucólica visión de la naturaleza como fuente de belleza o bienestar y se revela como una eficaz herramienta en materia de salud pública detrás de la cual se encuentra, sin duda, nuestra historia como especie. Miles de años de evolución en íntimo contacto con la naturaleza han dejado codificadas, en algún recóndito pliegue de nuestro ADN, las bases de esa influencia positiva de los estímulos naturales sobre nuestra salud.

Si hay algún lugar donde esa relación con la naturaleza tiene un profundo arraigo cultural, ese es Japón. De hecho, de allí procede el término «shinrin yoku» o, lo que es lo mismo, baños de bosque, que define la práctica de caminar entre bosques con el objetivo de beneficiarse de esa atmósfera forestal. Ahora disponemos de numerosas y sólidas evidencias científicas que acreditan su utilidad en el tratamiento o prevención de diversas patologías, especialmente las asociadas a los sistemas nervioso y cardiovascular, pero también en la prevención del cáncer ya que se incrementa la producción de células NK, responsables de eliminar virus y células tumorales. En la misma medida, nuestro distanciamiento del entorno natural genera lo que Richard Louv ha acuñado como Trastorno por Déficit de Naturaleza.

No es casualidad que fuese Japón, precisamente, quien en 1982 iniciara un ambicioso programa de estudio de los baños de bosque que le ha situado en la vanguardia de su investigación científica y ha permitido que más de dos millones de japoneses pasen anualmente por sus cerca de 50 centros oficiales de terapias de bosque, con resultados muy positivos. Tanto es así, que otros países han empezado a recorrer el mismo camino, principalmente Estados Unidos y Canadá, pero también en Europa.

Estos datos son ilustrativos, sobre todo si tenemos en cuenta que en sanidad, cada euro invertido en prevención produce un retorno aproximado, en términos de ahorro económico, de 6 euros. A pesar de esta elevada rentabilidad, en los países de la OCDE sólo se destina a la prevención el 3 % del gasto sanitario global. Si, además, consideramos que en Europa el 5 % de la población sufre trastornos depresivos y el 45 % padece hipertensión, el potencial sanitario y económico de la prevención a través de las terapias forestales no debería ser infravalorado.

Sobre todo en España, segundo Estado europeo con mayor superficie forestal. Aunque todavía disponemos de pocas iniciativas en esta materia, alguna de ellas, como la de Girona, representa un esperanzador punto de inflexión. Allí, fruto de la colaboración entre la Diputació de Girona y la asociación Sèlvans, bajo la dirección de Secundino López-Pousa, se han creado ocho bosques terapéuticos que ya se ofrecen para el turismo de salud, y la Universitat de Girona oferta cursos de formación de guías de baños de bosque. Otras propuestas similares se están gestando, ahora mismo, en Barcelona, Navarra y València.

Ciertamente, son programas incipientes, pero de una extraordinaria importancia. Sobre todo, porque en este relato hay un capítulo clave aún por abordar. Como hemos dicho, la mayoría de las investigaciones se han desarrollado en regiones que, como Japón, poseen ecosistemas diferentes a los nuestros. Es probable que los resultados no sean directamente extrapolables y que, por lo tanto, no todos los bosques, diseños o metodologías sean igualmente válidos. Esta incerditumbre aconseja disponer de datos propios de cada territorio y es lo que concede a estos proyectos autóctonos esa importancia a la que aludíamos.

Pero mientras esto sucede, el «shinrin yoku» ya ha saltado a los medios de comunicación. Preparémonos, pues, para la llegada de un variopinto séquito de oportunistas en busca de negocio. Un dato especialmente preocupante si tenemos cuenta que una actividad guiada en el bosque puede alcanzar los 50 euros por persona y que su mala organización puede representar una amenaza para la conservación del ecosistema.

Todo ello proporciona argumentos más que suficientes para que las administraciones públicas intervengan. Y parece que, al menos sobre el papel, esa sea la voluntad. Sin ir más lejos, el IV Plan de Salud 2016-2020 de la Comunitat Valenciana habla de poner en valor los beneficios sobre la salud y bienestar de la ciudadanía de los huertos urbanos, paseos y actividades en espacios y parques naturales. Ahora bien, se necesitan proyectos e iniciativas concretas que hagan que los baños de bosque se integren en los sistemas públicos como herramienta preventiva y de promoción de la salud.

En primer lugar, porque es conveniente garantizar tanto su eficacia terapéutica como la conservación del espacio donde se desarrollan las terapias de bosque, por lo que la oferta de estas actividades no debería estar, o al menos no únicamente, en manos del mercado privado. En segundo, porque en el siglo XXI la mayor amenaza ambiental para nuestro bienestar y calidad de vida será el cambio climático. En este contexto, el papel que los bosques y las zonas verdes realizan como sumideros de CO2 o como reguladores del microclima puede ser clave para hacer frente a las olas de calor que ya estamos sufriendo y que se incrementarán notablemente en las ciudades mediterráneas. Y, por último, porque los aprendizajes obtenidos servirían, también, para diseñar el verde urbano y periurbano con criterios de sostenibilidad. A diferencia de lo que ocurre con las políticas preventivas, donde los plazos para obtener resultados son más largos, la creación de infraestructuras verdes sostenibles aporta beneficios perceptibles en el corto y medio plazo.

Este último aspecto cobra especial relevancia al considerar que para el año 2050 se estima que el 70 % de la población vivirá en ciudades, donde los hábitos de vida, las condiciones ambientales, la falta de tiempo y otras razones de índole social y económica, generan factores de estrés y dificultan el acercamiento generalizado de los ciudadanos a las zonas forestales. Ante esta realidad, los gobiernos autonómicos y locales, en colaboración con otras entidades, deben priorizar proyectos orientados a acercar la naturaleza a las ciudades, ya sea bajo la forma de anillos verdes, huertos urbanos o bosques periurbanos.

Parece evidente que las administraciones públicas tienen ante ellas el reto, pero sobre todo la oportunidad, de trabajar coordinadamente para liderar la investigación y el uso terapéutico de los entornos forestales mediterráneos ya que, además de su probado interés en el campo de la salud, también aportarían criterios para transitar hacia una planificación urbanística y gestión territorial más sostenibles que contribuirían, a su vez, a mejorar las condiciones de vida en la ciudad, democratizar los beneficios del contacto con la naturaleza y dinamizar los entornos rurales más afectados por la despoblación y el empobrecimiento económico.

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