El pasado sábado, respondiendo a la convocatoria mundial Rise For Climate, se celebraron 820 manifestaciones en 91 países reclamando una transición ecológica a modelos energéticos renovables, que incluya la urgente planificación del abandono de los combustibles fósiles. Ya hace años que dicha reivindicación está desbordando el sector estrictamente ecologista, para afectar a grupos de población cada vez más amplios, preocupados por el cambio climático y el deterioro del medio ambiente, sobre todo porque ya los están padeciendo en su economía y en su propia salud. Las recientes imágenes de la repentina riada en el pueblo de Cebolla, en Toledo, son un ejemplo más del agravamiento de los fenómenos meteorológicos extremos.

Sin embargo, el deseo creciente de la ciudadanía choca con la dificultad de emprender medidas efectivas sin un cambio radical de cosmovisión cultural. La reciente dimisión del ministro francés de Medio Ambiente, Nicolas Hulot, apunta en el mismo sentido: con claridad meridiana, Hulot afirmó que no se había avanzado realmente en la disminución de las emisiones, en frenar la destrucción de la biodiversidad y en evitar la progresiva degradación de los ecosistemas. La suya era un cartera -Ministerio de Transición Ecológica y Solidaria- que ha sido prácticamente calcada por nuestro nuevo Ministerio para la Transición Ecológica, liderado por Teresa Ribera.

Pero, ¿por qué no ha funcionado bien el ministerio francés y, probablemente, no lo haga tampoco el nuestro? Pues porque la transición ecológica no se consigue creando un ministerio con ese bonito nombre, sino trabajándola transversalmente en todos ellos, en el de Economía, en el de Fomento, en el de Industria, en el de Agricultura y Transporte, Educación, Trabajo... Mientras todos ellos no trabajen en el mismo sentido, solo serán gestos simbólicos, sin verdadero poder de transformación. Tampoco la ciudadanía está exactamente por la labor, la gente quiere seguir usando el coche, gastando mucha electricidad, viajando en low cost. Ni se trata exactamente de un problema con los políticos, sino sobre todo con los lobbies de presión. Y éstos no son únicamente las «malvadas multinacionales», sino cualquier empresa con sus precarios trabajadores que se arriesga a cerrar si hay un cambio en la forma neoliberal de acatar los mandatos del Mercado.

La reciente marcha atrás del Gobierno con la decisión de no vender 400 bombas a Arabia Saudí -ante la inmediata amenaza del reino de no comprar 5 corbetas por valor de 1.800 millones de euros- es un ejemplo paradigmático. ¿Tienen los políticos suficiente poder para llevar a cabo un decidido cambio hacia modelos socioeconómicos sostenibles? Ciertamente no. Solo nos queda, pues, seguir avanzando en la concienciación general y en la movilización social según la realidad ecológica se vaya haciendo más insostenible.