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A ser feliz también se aprende

Con cada inicio de curso, con cada cambio de temporada, me asalta inevitablemente la misma reflexión en torno al paso del tiempo. Constato que la vida es una rueda que avanza sin parar de girar. Día tras día. Mes tras mes. Año tras año. Sin embargo, confieso que esta realidad no me produce ningún rechazo y en todos mis cumpleaños me pregunto qué me deparará el destino durante las siguientes cincuenta y dos semanas. Unas veces me ha salpicado de tragedia. Otras, sin embargo, ha sido la comedia la que se ha impuesto. Exactamente igual que en mi adorado séptimo arte.

En ocasiones ha zarandeado mi alma con dolorosas despedidas pero, en una suerte de justicia compensatoria, también me ha cubierto de afectos a través de bienvenidas maravillosas y de inesperados reencuentros. Aunque no siempre ha sido generoso conmigo, me ha brindado los mejores mimbres para trenzar mi personal cesto de esperanza y de fe en el futuro. Y aquí sigo, entera y agradecida por poder disponer todavía de mis cinco sentidos. Consciente del privilegio que supone ver, oír, tocar, oler y gustar. Con la curiosidad intacta y con la capacidad de sorpresa aún vigente.

Mientras la calle se empeña en rugir que son malos tiempos para la lírica (imposible olvidar a Golpes Bajos), mi innato optimismo pugna por abrirse paso entre las sombras. Espero triunfar en el intento, ya que todo lo que he vivido hasta la fecha ha educado mi mirada para descubrir y reivindicar el lado bueno de las cosas. No se trata de una actitud inocente. Tampoco de una pose de cara a la galería. Es más bien un ejercicio de voluntarismo con argumentos, de firme convencimiento de que a ser feliz también se aprende. Y yo no quiero perderme ninguna clase de la asignatura más importante de todas.

Por eso creo que el noveno mes del almanaque siempre vuelve con vocación de promesa. Tiene algo de parto y, por lo tanto, de emoción y de incertidumbre. Un futuro impreciso se abre ante nuestros ojos adoptando la forma de un lienzo que aguarda esas pinceladas que lo convertirán en nuestra última creación. A mayor número jornadas vividas, más obras pictóricas firmadas de nuestro puño y letra. Probablemente, ningún crítico de arte las calificaría de magistrales pero, al menos, tampoco nadie podrá discutirles ni nuestra autoría ni la buena fe en la que están inspiradas. Parece que fue ayer cuando nuestros hijos comenzaban las vacaciones estivales y, casi sin darnos cuenta, se enfrentan otro año más al retorno a las aulas. De hecho, parece que fue ayer cuando nosotros mismos volvíamos al colegio tras tres inolvidables meses de verano que nos mantenían alejados de profesores y compañeros, en tardes interminables jugando en la calle, montando en bicicleta y merendando pan con chocolate.

Volver a empezar es un ejercicio muy motivador. Por eso me gusta el mes que ahora se inicia, porque me insinúa que tal vez lo mejor está por venir y porque me recuerda que hay decisiones que tan solo dependen de mí misma. Se trata de un perfecto punto de partida desde el que casi todo es posible. Precisamente ahora se cumple el aniversario en el que comencé a publicar mis escritos en prensa y frente a la hoja en blanco me afano en elegir cuidadosamente el sustantivo, el adjetivo y el verbo para convertirlos en el cauce de los pensamientos que deseo compartir con los lectores.

Seguir teniendo sueños por cumplir me parece, pues, un magnífico objetivo para este septiembre recién estrenado y a mí sueños nunca me faltan. Como el de seguir escribiendo o el de comunicar con mi voz a través de las ondas, convencida de que es preciso (obligatorio, incluso) transmitir mensajes positivos, optimistas y constructivos. Septiembre ya enarbola mis propósitos para esta nueva temporada. Cruzo los dedos para poder cumplirlos.

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