Los ánimos andan rayando la conformidad. A pesar de darnos cuenta preferimos vivir amargados, agriados, desmotivados y de mal humor. De aquí nace lo que algunos llaman depresión y otros llamamos estar hasta las pelotas. Comienza de nuevo la rutina, en verano los vaivenes de las olas se llevan la furia de la realidad, pero al llegar septiembre muchas personas se dan cuenta de lo borrascosa que es su vida.

Grandes trabajos, grandes familias, grandes parejas, grande, grande, todo grande. Hasta el infierno de la realidad: tambien grande. No debemos dudar:si la vida degenera en amargura, no está bien tener en cuenta la palabra prudencia. La razón es clara; debemos concentrarnos en la motivación, sí, ella nos echa una mano a la hora de tomar decisiones. Además nos da una fuerza superior para sacarnos la mano del bolsillo y agarrarnos a ella.

No poder besar con pasión al presente, condenarlo a la horca de absurdas súplicas y servilismos, ver en la decisión una amenaza, sentir que cada día se tiene que disimular la infelicidad. ¿No es perder el tiempo? Para algunas cosas somos tan valientes... Le arreglamos la vida a los demás y no somos capaces de hacerlo con la nuestra. Somos sabedores de todo: nos centelleantes los ojos al contar chismes y cuitas. Llámamos normalidad a la cesión de frustración y nos quedamos tan anchos. Hundiendo la vida de los demás pensamos que flota la nuestra... Es un consuelo, claro.

Tomando la ruta de reflexión, dista mucho de otras rutas, podemos ver la importancia del verbo soltar. Es sencillo, todo es cuestión de darle alas a la valentía. No es denigrante sentarse en el suelo y contemplar el infinito universo. A veces, junto a un confortable sillón encontramos los desprecios más profundos de la vida. Y lo peor, con el sonido de la televisión de fondo. Viendo, pues, que vida sólo hay una, creo que es un error permanecer junto aquello que nos borra la sonrisa.

La tierra se quedará con nuestros restos. El hombre no tiene nada, por no tener no tiene ni su vida.

Por cierto, en el provecho de la escritura quiero esconder un recado. De tal manera igual paso el invierno sin tener que usar la bolsa de agua caliente. Con el orinal de porcelana ya tengo bastante.

He visto en sus ojos la pasión y en su boca el deseo. Le he hablado de él, con la completa franqueza de la cobardía, si tuviese valor le habría dicho tú...

Andrés es el complemento franco de la amistad, siempre está alegre y gozoso. Desde hace unos días, por culpa del frío que renace en otoño, empecé a ver a Andrés con calor...

Es complicado desear a un amigo; aún así, he pensado, que junto a Andrés estaría exenta de resfriados. En su mirada hallo el instinto, en sus palabras la resolución de esconder una pasión: Creo, por otra parte, que sus silencios son pequeños compases dirigidos al gineceo. Visto así, me penetra cada vez que coincidimos...

Ayer le pedí permiso a la razón, no me lo dio, supongo que es mejor hablar con el instinto y con Andrés. Retardar lo inevitable, es perder el tiempo; necesito su cuerpo, sus brazos, su espalda y por supuesto su sexo. Quiero descubrir su otro ser; al amigo ya lo conozco. Quiero conocer al amante, al que sabe cómo combinar amistad y sexo, al que con gran destreza lingüística me despierte al amanecer y me posea sobre la embriaguez del destino.