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No debimos ver ´El ala oeste´

No se me ocurre una forma mejor de empezar el curso escolar que con la dimisión de una ministra de Consumo por introducir mercancía averiada y mal etiquetada en su currículum. Hala niños, a estudiar mucho, que la educación es un arma de futuro para los don nadie incapaces de encontrar una trama mafiosa que les ayude a trepar. Aunque, pequeñuelos, aprender a trapichear en el patio os resultará aún más provechoso. Confieso que al leer que la titular de Sanidad también tiene un máster del Instituto de Derecho Público por la Universidad Rey Juan Carlos, plagado de irregularidades como el de los populares Cristina Cifuentes y Pablo Casado, pensé que no podía ser verdad. Hasta las primeras declaraciones balbuceantes de Carmen Montón -«no todos somos iguales»-, no me percaté de que ha vuelto a ocurrir. Mea culpa.

He visto las siete temporadas de El ala oeste de la Casa Blanca, y no debí. Me he creado expectativas falsas sobre la política. En algún capítulo de esa serie trepidante, media docena de tipos muy listos en mangas de camisa se encierran durante diez horas con un juez demócrata candidato a formar parte del Tribunal Supremo y le hacen un tercer grado para comprobar si siendo director del club de debate del instituto programó un documental antisionista, o para asegurarse de que no despidió a una secretaria por motivos sexistas o para verificar una denuncia anónima de que plagió un discurso. A la menor flaqueza, se lo cepillan y buscan otro. Cuando acaban de despellejarlo, el pobre tipo no quiere ni el cargo ni nada distinto de la jubilación.

Los asesores del presidente están para eso, para evitarle al jefe sorpresas que puedan ser empleadas en su contra. Aquí les llamamos fontaneros, y parecen ser más del estilo de los patanes que protagonizaban la serie española Manos a la obra, a las pruebas me remito. Dos ministros liquidados en cien días en el Gobierno de la regeneración, por marrones que cualquiera con las mínimas ganas de navegar por la red y de echarle un ojo al BOE podía detectar. Enhorabuena.

Pedro Sánchez presumía de su gobierno de los más capaces, con un astronauta y todo. Personas muy brillantes con trayectorias intachables para sacar a España del estercolero de la corrupción. ¿Y cómo se detecta a los mejores? Observando su expendiente. A la semana del advenimiento de la meritocracia caía Màxim Huerta, ministro de Cultura y una de las apuestas de impacto del equipo, por haber intentado pagar menos a Hacienda a través de una empresa. No había delito, pero tampoco cuadraba con la cacareada ejemplaridad.

El trauma de expulsar del equipo al componente más conocido no indujo, sin embargo, a los asesores de la Moncloa a realizar la prueba del algodón al resto. En el caso de Montón, resultaba bastante fácil, pues la ya exministra tuvo que responder incluso en Les Corts Valencianas preguntas sobre su máster de chichinabo por la Rey Juan Carlos. No era ningún secreto, pero nadie dijo: «No, ella no puede ser nombrada porque tiene un máster como el de Casado». La rapidez en tomar medidas contra quienes no poseen las virtudes públicas necesarias para un buen gobierno empieza a no bastar. La oposición ejerce lastrada con su propio posgrado sospechoso, pero el Gobierno necesita con urgencia mejorar su control de calidad.

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