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El etno-fascismo amenaza Europa

Pimo Levy, el escritor y poeta italiano de origen sefardí, superviviente del Holocausto, dijo en una ocasión que cada época tiene su particular tipo de fascismo. Ciertamente así es. No tienen por qué ser siempre iguales, desplegar las mismas parafernalias; pero, en esencia, son equivalentes. Digo esto a propósito del espectro etno-fascista-xenófobo-ultranacionalista que recorre Europa y que ha cristalizado en partidos y movimientos políticos que amenazan seriamente con romperla. Se estima que el número y la densidad de estos movimientos va en aumento, camino de rondar el veinte por ciento del electorado, aunque su influencia ideológica y política, su implantación en gobiernos e instituciones, es mucho mayor.

Los gestos xenófobos se multiplican en la Italia de Matteo Salvini y de la Cinque Stele de Luigi di Maio (¡quién lo iba a decir en este último caso!). En Austria, la coalición azul/turquesa (aunque más bien es negroparda) del canciller Sebastian Kurz y del Partido Liberal FPÖ, de claro perfil etno-fascista, tiene ministros que lanzan slogans del tipo "occidente en manos cristianas", muchos de sus diputados pertenecen a asociaciones de esgrima (lo que tiene allí un especial significado) y estudiantes universitarios celebran la presentación del nuevo gobierno con canciones nazis en medio de tandas de cerveza (por su efecto gasificante). En todas partes se palpa el rechazo a inmigrantes, refugiados y extranjeros en general. En Alemania el Partido Alternativa para Alemania acusa a la inmigración de ser la madre de todos los problemas, mientras los neo-nazis se adueñan de las calles en Chemnitz, se descubre que existen vínculos del jefe de inteligencia alemana con la ultraderecha (AfD) y que en el parlamento alemán hay unos cuantos asesores neonazis. Pronto se celebrarán elecciones en Baviera.

La semana pasada fue fiel reflejo de los conflictos que vive Europa. La condena rotunda del Parlamento Europeo al déspota Viktor Orbán, algo nunca visto, se entiende como reacción a las políticas xenófobas y autoritarias del gobierno húngaro, incompatibles con los postulados y principios que rigen en la UE, aunque también explicita la ruptura del bloque popular europeo, secundada por eurodiputados del PP español que se posicionaron vergonzosamente con Orbán. La derecha conservadora y cristiana europea, un pilar de la UE desde su fundación, está ya asediada por el etno-fascismo que amenaza a Europa por sus cuatro costados.

¿Va a ser posible parar la marea desde la UE con los instrumentos que tiene? La UE nació y se desarrolló en un contexto donde el conflicto fundamental que tenía que resolverse por medios pacíficos era el conflicto capital-trabajo, derecha e izquierda. La izquierda centrada en los derechos de los trabajadores y las políticas de redistribución. La derecha centrada en reducir las dimensiones del Estado, en la desregulación y el fomento de sector privado. Pero esa dimensión del conflicto parece haberse evaporado y, en su lugar, la izquierda no parece tan interesada en promover la redistribución como en fomentar las reivindicaciones de las minorías, el culto a las diferencias, la gestión de las identidades (religiosas, étnicas, culturales, de género), mientras la derecha redefine su misión en términos de la patriótica defensa de la identidad nacional. El exceso identitario y ultranacionalista no se da sólo en estados-nación como Polonia, Austria o Hungría, sino también en el interior de los Estados, en forma de identitarismos excluyentes, como en Bélgica, Holanda, Italia, o en regiones concretas, como el caso del secesionismo supremacista en Cataluña.

Muchos analistas creen que el fenómeno migratorio y las avalanchas de refugiados - consecuencias indirectas de la globalización y de los conflictos armados- están en el epicentro de las reacciones etno-fascistas y de su progresivo ascendente en amplios sectores de la sociedad que antes se identificaban con la izquierda, y por otro lado, que la crisis sistémica, con sus secuelas de desigualdad y marginación, ha golpeado duro a la vieja clase obrera y a la clase media, originando un profundo malestar, oportunamente canalizado por un populismo que tiene por bandera la autoafirmación nacionalista y el "nosotros primero". Tampoco ha ayudado, sino todo lo contrario, la política de austeridad dictada por Alemania, en su propio interés, para afrontar la crisis.

Europa se enfrenta al desafío de movimientos neofascistas en el interior y a grandes actores internacionales en el exterior que preferían el escenario de una Europa rota e impotente. Reforzar las políticas que enfrenten la situación y renueven el compromiso europeo por una mayor integración, federalización, cohesión social, redistribución y progreso económico, es la tarea que aguarda a la ciudadanía europea. Las próximas elecciones europeas serán decisivas.

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