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PP y Ciudadanos, cada día más unidos

El filósofo británico Michael Joseph Oakeshott(1901-1990) fue uno de los intelectuales que más influyeron en el pensamiento conservador. Sus opiniones siempre fueron heterodoxas, incluso abiertas a las ideas que llegaban desde otros bandos ideológicos. Su definición sobre qué es un conservador es muy conocida y adecuada para la reflexión, con independencia del lugar del espectro ideológico en el que se milite: "Consiste en preferir lo familiar a lo desconocido, lo contrastado a lo no probado, los hechos al misterio, lo real a lo posible, lo limitado a lo ilimitado, lo cercano a lo distante, lo suficiente a lo superabundante, lo conveniente a lo perfecto, la felicidad presente a la dicha utópica".

Políticos de derechas rechazarían algunas de las virtudes que Oakeshott atribuye al conservadurismo, mientras que otros desde la izquierda o el ecologismo podrían suscribirlas sin problemas. Por ejemplo, la preferencia por lo suficiente frente a lo superabundante.

Los políticos españoles actuales rechazan ser encasillados como conservadores, incluso abominan de ser ubicados en la derecha. Las dos palabras malditas se maquillan con aditivos de la misma forma que un pescado congelado necesita ir acompañado de una salsa, algo que no ocurre con el fresco. Liberal-conservador o centro-derecha son los condimentos para disimular la realidad. Algo semejante ocurre en la izquierda cuando prefiere utilizar la palabra progresista.

Ser conservador y de derechas no se proclama y, sin embargo, existe una lucha encarnizada entre el Partido Popular y Ciudadanos por conquistar este segmento del voto. La formación de Albert Rivera, que nació con marchamo socialdemócrata, ha terminado siendo un PP bis. Ocurre en la votación para que el dictador Francisco Franco deje de ser glorificado en un monumento público o con la explotación de las dudas sobre la tesis doctoral de Pedro Sánchez. El cuestionamiento en el Congreso sobre los méritos académicos del presidente ha tapado mediáticamente, de forma intencionada o no, las dudas sobre el máster de Pablo Casado. En Cataluña compiten por demostrar cuál de los dos sería el más rápido y el más duro en aplicar de nuevo el artículo 155. En materia económica no se sabe quién es más ferviente admirador del ultraliberalismo.

Las ideas de los ciudadanos y los populares comienzan a parecerse tanto como las gemelas Pili y Mili. O los hermanos cocineros Torres, si se quiere una comparación actualizada. Les diferencia, se supone, la estrategia y que los de Rivera aún no cargan con la pesada mochila de la corrupción que azota a los de Casado desde hace años. Fiarlo todo a la limpieza no es buena táctica para Ciudadanos.

Las últimas encuestas atribuyen una cierta recuperación del voto de los populares al regreso de una parte de su electorado que había migrado hacia el partido naranja.

Si Rivera no marca a corto plazo su propio territorio político, distinto de los que controlan el PP y el PSOE se arriesga a que su formación se convierta en una nueva versión de la UPyD de Rosa Díez. Un partido que sube como la espuma y desaparece a la misma velocidad con la que decae la efervescencia.

PP y Ciudadanos deberían responder a cada una de las disyuntivas de Oakeshott y a muchas más. Si las respuestas son coincidentes en un porcentaje elevado sólo faltará saber si los dos partidos se fusionan por unión o por absorción. Unión si se establece una alianza previa, absorción si la sentencia de muerte del partido naranja llega a través de las urnas.

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