Hay libros que te hacen encallar o, para ser más exactos, que te dejan encallado. De repente, descubres la riqueza de sus fondos y buceas una y otra vez en la vecindad coralina de sus arrecifes y praderas. Eso me ha pasado con El reino, de Emmanuel Carrère, vuelto a leer, una y otra vez, un año después de haberlo leído, subrayado, anotado y escurrido. Pero si invoco este episodio obsesivo es por un detalle quizás no tan marginal: la increíble diversidad de cristianos, de católicos franceses. Al menos comparados con los españoles, en otro tiempo fermento de las más sabrosas herejías y hoy muy entretenidos con las blasfemias que no son sino plegarias inversas. Liberad a Willy.
Francesa era la última mística digna de ese nombre -Simone Weil- que trabajó hasta la extenuación por la derrota de Franco y Hitler y que se mantenía apartada de la eucaristía para compartir la suerte de las multitudes desposeídas. Léon Bloy era un incendiado escritor católico de la derecha y Ernest Renan un escéptico que se hace muy popular examinando con lupa descreída cada episodio de los Evangelios. Los giros y golpes de timón son frecuentes, empezando por el propio Carrère que se convierte en cristiano renacido, bajo la influencia de su madrina Jacqueline (que le reza a Teresa de Ávila en castellano), para ver después, con horror, como se deshincha su fe hasta ¿desaparecer? Como el jesuita François Roustang, que debuta con un libro piadoso y acaba de psicoanalista. Parece que la educación en libertad y la concurrencia con otras confesiones ha beneficiado al catolicismo francés.
Antes hubo guerras de religión, claro (una advertencia que invita a considerar las carnicerías entre sunitas y chiíes con algo de caritas), guerras evocadas con estremecimiento por Stevenson en sus viajes con la burra Modestine por las comarcas ásperas del país cátaro y aledaños. En España, a partir del XIX, nos tuvimos que contentar con Donoso Cortés (admirado por el nazi Carl Schmitt, modelo de Fraga Iribarne) y Jaime Balmes, conservador mucho más sólido y dotado, pero que murió pronto (a los 38).