Al hilo de toda la literatura periodística escrita, radiada y televisada que en estos últimos días nos está llegando, creo conveniente dar un poco de luz sobre cómo funciona el mundo académico en lo que a las tesis doctorales se refiere. He tenido el privilegio de haber estado ligado a ese mundo durante más de cuarenta años, ya que me inicié en la investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) allá por el año 1976, tras mi etapa universitaria realizada entre Alicante y Bilbao, donde me licencié en Ciencias Químicas. En el año 1980 me doctoré en la Universidad Complutense de Madrid.

Al leer, ver y oir los análisis de sesudos, y no tan sesudos, periodistas sobre la tesis doctoral del presidente del Gobierno, me vienen a la cabeza las manifestaciones de mujeres que en el año 1976, cuando yo llegué a Madrid, estaban tomando la calle al grito de «¡Yo también soy adúltera!». Con ese lema, miles de mujeres reclamaban la reforma del Código Penal que aún contemplaba como delitos el adulterio y el amancebamiento con penas de hasta seis años de cárcel.

El lector se preguntará qué tiene que ver esto con la tesis doctoral de Pedro Sánchez. Pues ahí va. Durante mi carrera investigadora he dirigido una decena de tesis doctorales y he participado directamente en otras tantas dirigidas por investigadores de mi grupo de investigación en el CSIC. En las tesis dirigidas por mí, el doctorando comienza su trabajo (experimental en nuestro caso) en el laboratorio, al tiempo que sigue, durante los dos primeros años, los cursos de doctorado en la correspondiente universidad. En los últimos años se cambió por un máster de un año antes de comenzar la tesis. A medida que se van obteniendo resultados, se van escribiendo artículos que se someten a todo un proceso de arbitraje dirigido por el editor de la revista científica correspondiente. Estos artículos van firmados siempre por el doctorando evidentemente y por el director de la tesis, o sea yo, como mínimo, pues la investigación requiere en la mayoría de los casos colaboración. En ese caso, también aparecen como coautores de cada artículo otros investigadores del propio grupo o de otros necesarios para alcanzar los resultados.

Así que no es extraño que una tesis doctoral que llega a su fin tenga ya una media de cuatro artículos publicados, en los que aparece además del doctorando, el director de la tesis. Esto, lejos de interpretarse como una apropiación de resultados por parte de éste, se toma como una responsabilidad compartida del director, de un aval de la misma ante la comunidad científica. De hecho, en la mayor parte de universidades europeas y en muchas españolas se necesita tener un número de entre dos y cuatro artículos ya publicados de la tesis para poder defenderla ante un tribunal.

Y aquí viene la otra virtual polémica del tema que nos ocupa, la elección del tribunal. El departamento donde se ha realizado el trabajo, una vez que la tesis es depositada en la universidad, está invitado a proponer posibles miembros del tribunal, pero es la comisión de doctorado de cada facultad la que, tras examinar la tesis la acepta y la envía a dos evaluadores anónimos externos para que emitan sendos informes sobre su calidad y originalidad. Si los informes son positivos, elige un tribunal y lo eleva todo a la comisión de doctorado de la universidad, que da el visto bueno para que se defienda la tesis. Dicha defensa consiste en un acto público en el que el doctorando diserta sobre los resultados más interesantes de su trabajo. A continuación, se establece un coloquio entre el tribunal y el doctorando, coloquio que se cierra con la invitación del presidente del tribunal a los doctores presentes en la sala para que le hagan preguntas al doctorando si lo consideran oportuno. No es de extrañar que en el tribunal aparezcan personas cercanas al doctorando o al grupo de investigación, ya que la especialización hace que no sean tantos los candidatos adecuados para formar parte del mismo.

Expuesto todo esto, sólo tengo que decir que yo he sido coautor de todos los artículos que han generado las tesis de mis doctorandos. He sido coautor de artículos de otros doctorandos y en algunos de esos casos, el rector de la universidad correspondiente me ha propuesto como tribunal de dichas tesis a sabiendas de mi coautoría, todo dentro de la ley. Por todo ello, grito bien alto, como las manifestantes de 1976: «¡Yo también soy adúltera!».