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Zafarrancho de combate

La semana pasada decía que el ataque de Albert Rivera a Pedro Sánchez, acusándole de haber plagiado su tesis doctoral, había hecho coincidir la apertura del curso político con el inicio de las hostilidades contra el gobierno socialista formado poco antes del verano. Rivera no quedaba bien con el obús contra Sánchez por una tesis doctoral -las críticas de quien aspira a liderar la oposición deben enfocarse a la acción del Gobierno- y tampoco iba a matar al presidente.

Lo que pasa es que Rivera ha optado por la guerrilla del ensucia que algo queda y viniendo tras el caso de Cristina Cifuentes, las sospechas sobre el máster de Pablo Casado y la dimisión de la ministra de Sanidad, Carmen Montón, por irregularidades en su máster, llueve sobre mojado y enturbia el prestigio del presidente. Sánchez ha intentado enterrar el asunto publicando inmediatamente su tesis, pero no ha podido sepultarlo y el PP le forzará a explicarse en un pleno del Senado. Desgaste e incomodidad porque en un clima de desconfianza, la sospecha siempre tiene campo y además la tesis no es un plagio, pero -como muchas otras- tampoco debe ser merecedora de un cum laude. Degrada la imagen, aunque poco tiene que ver con la gestión de los problemas de España.

Pero Pedro Sánchez -que se lo cuenten a la que parecía invencible Susana Díaz- no es un animal que se deje abatir con facilidad. En primer lugar, sabe rectificar y soltar lastre. Ha hecho dimitir a dos ministros por asuntos menos graves que los de otros ministros de otros gobiernos a los que costó mucho cesar (Ana Mato, José Mnauel Soria…) o nunca lo hicieron. Y aplica aquello de que rectificar es de sabios. Ha cambiado el criterio respecto a la venta de proyectiles (las ONG hablan de bombas) a Arabia Saudí por realismo económico-social, incomodando a la ministra de Defensa. Y ha asumido que -guste o no a la de Justicia- unas declaraciones (nada extravagantes) del juez Pablo Llarena no podían desligarse de su instrucción judicial y que -como consecuencia- el Gobierno no podía dejar de protegerle ante el ataque de los abogados de Carles Puigdemont ante la justicia belga.

Sí, rectificar es de sabios, pero al Gobierno parece que le falta coordinación interna. ¿Culpa de la vicepresidenta, de su jefe de gabinete, de que al equipo le falta rodaje? Un poco de todo y también del personalismo de algunas ministras.

El domingo, en su entrevista en La Sexta con Ana Pastor (con la que no había tenido buena sintonía), se defendió bien y sacó fuerzas de su debilidad parlamentaria. Dijo que para gobernar necesitaba unos presupuestos propios. Luego, sin presupuestos (advertencia a Podemos y al independentismo catalán, no al PNV que está en una fase de mayor madurez) no gobernará con el techo de gasto de Mariano Rajoy y tendrá que convocar elecciones anticipadas. ¿Les interesa a los partidos que le apoyaron como mal menor en la moción de censura?

Y Sánchez no se ha quedado aquí. El lunes lanzó una iniciativa atrevida -la reforma de la Constitución para acabar parcialmente con el aforamiento de los ministros y diputados- que puede colocar a Cs y al PP en una difícil situación. Abrir el melón de una reforma parcial y acotada de la Constitución no es mala idea y el aforamiento es impopular y tiene mala prensa. Pero hacerlo sin intento de consenso propio suena más a pugilato con la derecha que a propuesta de auténtico calado. Y puede salir contusionado. Le atacan por la tesis y contesta con los aforamientos. Zafarrancho de combate. El riesgo es que la política española vuelva a enfangarse. Si un partido recurre a la crispación, el contrario contesta con la misma moneda para defenderse. Y vuelta a empezar.

Pero el zafarrancho de entidad es el del techo de gasto del 2019 y los presupuestos. La ley de Estabilidad presupuestaria de Cristóbal Montoro establece una excepción injustificable. En los presupuestos, el Congreso tiene la última palabra, pero en el techo de gasto (su primer trámite) el Senado tiene poder de veto, lo que no sucede en ninguna otra ley. Y en base a esto el PP y Cs quieren impedir la aprobación del techo de gasto. Sánchez contesta proponiendo cambiar por la vía de urgencia la ley, pero PP y Cs bloquean ese camino en la mesa del Congreso, el PSOE entonces plantea en el último minuto una enmienda a una ley orgánica en trámite que permitiría la aprobación del techo de gasto por la puerta de detrás y la Comisión de Justicia (presidida por el PSOE) lo avala, el PP y Cs piden que la mesa del Congreso tome cartas en el asunto.

Tras una batalla que puede parecer de técnica parlamentaria está la guerra por unos presupuestos que para Sánchez son prioritarios. Atención, pues, esta semana a lo que suceda en la mesa del Congreso. Según lo que pase ahí, todo puede cambiar.

Laberinto sin salida

Hoy hay sólo dos cosas claras. Una, que cuando el líder conservador birtánico David Cameron aceptó, para evitar una crisis de su partido, el referéndum del ‘brexit’ que le exigía la corriente antieuropea de los ‘tories’, se equivocó profundamente. Perdió el referéndum, tuvo que marcharse y dos años después Gran Bretaña está sumida en una seria crisis de identidad. Entre otras cosas, porque el ‘brexit’ ganó, pero por muy poco. La segunda es que cuando su sucesora Therese May afirmó poco después «brexit is brexit» no sabía lo que estaba diciendo. La modalidad de ‘brexit’ al final elegida por May, el llamado ‘brexit’ suave, ya ha causado la dimisión de los miembros más antieuropeos de su gobierno que amenazan con pedir su cabeza, quizás en el congreso conservador de Birminghan de primeros de octubre.

Y ahora no se sabe si habrá acuerdo con la UE para una salida pactada, si May continuará de primera ministra e incluso si puede haber un nuevo referéndum. La realidad es que May esperaba que en la cumbre de Salzburgo de esta semana la Unión Europea le diera esperanzas de aprobar -con alguna modificación leve- su propuesta, conocida como de Chequers, de ‘brexit’ suave. Saliendo de Salzburgo con un casi aprobado, May podía presentarse en Birminghan como la garante del ‘brexit’ menos malo y tapar la boca a los radicales que quieren salir de la UE sea como sea y no retroceden ante las negativas consecuencias que -el empresariado y el Banco de Inglaterra han avisado- podría tener un ‘brexit’ sin acuerdo.

Ahora, con la negativa seca de la UE a la propuesta de Chequers, May afronta dos graves problemas. Uno, salir viva del congreso de su partido en quince días. El otro, cambiar su propuesta para la cumbre europea de mediados de octubre -difícil en especial por la frontera de Irlanda del Norte- de forma que no provoque una gran rebelión en su partido y pueda ser aceptada por la UE y evitar así un ‘brexit’ sin acuerdo que ni Londres ni Bruselas quiere pero que cada día se puede descartar menos.

Y la UE se puede mover poco. Una actitud blanda ante Gran Bretaña -permitir que seleccione a la carta su participación- podría animar las tentaciones centrífugas de algunos países. Desde la ultranacionalista Polonia a la Italia de Matteo Salvini.

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