Los algoritmos, cuya existencia se remonta al menos hasta la antigua Babilonia hace cuatro mil años, gobiernan hoy lo más avanzado de nuestra vida y el conjunto de nuestra existencia virtual. En Wikipedia se dice que "en matemáticas, lógica, ciencias de la computación y disciplinas relacionadas, un algoritmo es un conjunto prescrito de instrucciones o reglas bien definidas, ordenadas y finitas que permiten llevar a cabo una actividad mediante pasos sucesivos que no generen dudas a quien deba hacer dicha actividad". En resumen, una secuencia de pasos lógicos, sencillos y limitados, que a partir de unos datos de inicio permiten solucionar un problema.

El tiempo cósmico resulta de la extrapolación a un calendario que comprende un año natural, del tiempo total de existencia del Universo. En él, la vida promedio de una persona abarca apenas 0,15 segundos y toda la historia de la humanidad tan solo los últimos veintiún segundos del día 31 de diciembre.

Un manual de instrucciones, las reglas para resolver una raíz cuadrada o una ecuación matemática son algoritmos de cuya bondad nadie dudaba hasta que, hace menos de un suspiro en términos de tiempo cósmico, se ha colado en cada ámbito de la vida la computación informática que permite la introducción de una cantidad ingente de datos de base y la realización de millones de operaciones por segundo -aunque prácticamente nada en comparación con la computación cuántica que tenemos a las puertas-. Cada vez más nos llegan contenidos seleccionados por algoritmos que determinan qué nos interesa, de acuerdo con nuestros hábitos individuales y colectivos. La línea cronológica, la carta de la cual elegir qué plato queremos disfrutar es sustituida por la "sabiduría" de los algoritmos.

Ya Alan Turing, creador de la máquina "Enigma", anticipó que las computadoras llegarían a pensar por sí mismas y hasta "escribir poemas de amor". Los humanos somos simples y predecibles a pesar de los de cien a quinientos trillones de sinapsis (conexiones) neuronales con las que cuenta el cerebro de un adulto. Nos quedan las sensaciones, la creatividad y las emociones humanas que aún no han sido suplantadas por los algoritmos. Cuestión de tiempo. Leo que científicos han desarrollado una "piel" robótica con sensores táctiles que detectan y transmiten al cerebro la presión y el pulso de forma similar a la humana. Capaz de percibir contactos sutiles como el soplo del viento o el tacto de las gotas de agua.

La pregunta -retórica- es si queda alguna esperanza para nuestro libre albedrío -¿Somos libres o simplemente ignorantes?-. Si nuestro pulso se acelerará de manera espontánea ante una sonrisa, una mirada o una caricia especiales y que diferenciaríamos de todas las demás o si todo serán reacciones programadas mecánicamente ya para siempre. Aunque como, en el mejor de los casos, vamos a vivir escasamente quince centésimas de segundo cósmico, podemos constatar lo relativo del concepto "para siempre", que en inglés se escribe "forever".