¿Alguien podría pensar, conociendo al personaje, que José María Aznar iba a pedir perdón en la comisión de investigación sobre su posible responsabilidad en la trama de corrupción de su partido, que la verdad judicial ha establecido como cierta y que se inició bajo su presidencia? La trayectoria política del expresidente del Gobierno español era la mejor prueba de que lo habitual de este señor es lo de "sostenella y no enmendalla". Incluso hoy, con los culpables enjuiciados y en la cárcel, parece que sigue manteniendo lo que en su día no fue más que un intento de seguir en el gobierno ante las inminentes elecciones que iban realizarse después de los terroríficos atentados del 11M: que los mismos, defendía, habían sido obra de ETA y bajo la cual latía, incluso por algunos de sus acólitos, la insinuación de que con la colaboración, aunque sólo fuese pasiva e indirecta, de algunos sectores policiales afectos al PSOE.

La otra negación, y ésta sí que la continúa manteniendo abiertamente hasta hoy, a pesar de los hechos y de que los otros responsables de aquel desaguisado militar ya lo han admitido y pedido el perdón consecuente, es la de su responsabilidad en la invasión de Irak. Todavía uno recuerda, cuando la patraña de las amas de destrucción masiva ya era evidente y la opinión pública española se pronunciaba en las calles contra aquella guerra imperialista y él aparecía como un gran estadista, aunque no era sino un mero comparsa (por no utilizar otro término más duro) de George Bush y Tony Blair, su aparición en las pantallas de la televisión estatal dirigiéndose a los españoles. Insistía en mantener lo que ya era inaceptable: que Sadam Husein escondía "armas de destrucción masiva" que podían poner en peligro la supervivencia de Oriente Medio y hasta del mundo.

Dados esos dos antecedentes, lo esperable era, como así ocurrió, que esta ocasión fuera la de su gran tercera negación. Él no sabía nada de tal corrupción, ni de la doble contabilidad de su partido, ni de los sobresueldos y que en realidad los casos de corrupción en su mandato eran limitados a dos municipios de Madrid y obra de unos golfos desaprensivos de su partido. Que no se habían puesto, dijo, como establece la sentencia, durante su mandato las bases de una corrupción sistémica que en cierta medida, esto lo digo yo, ponen en cuarentena la limpieza y la validez de las elecciones ganadas por el PP hasta hoy. Desde luego, como apuntó con perspicacia el representante del PNV en la mencionada comisión, Aznar ha sido un verdadero maestro "avant la letrre" en el manejo de la posverdad, ese cáncer que corroe hoy la opinión pública de las democracias y que tan bien maneja otro político tan histriónico como él, que es Donald Trump. Por lo demás, sus contestaciones a los miembros de la comisión no fueron otra cosa que poner a circular el ventilador para atacar a los diputados interrogadores, y a sus respectivos partidos, y hablar de lo divino y de lo humano y de sus opiniones políticas como demostración -para él y los suyos, claro- de su "gran talla de estadista". Todo ello envuelto en el lenguaje oral y corporal agresivo, petulante y agrio al que Aznar ya nos tiene acostumbrados.

Si, conociendo al personaje y su trayectoria, ya sabíamos cuál iba a ser su actitud y respuesta y habiendo como había ya una verdad judicial establecida, ¿tenía sentido esta comisión? Creo que para muchos ciudadanos, entre los que me encuentro, sí fue oportuna y hasta necesaria y clarificadora. Muchos de nosotros, ante el lodazal de la corrupción sin fin que anegaba nuestro país -la procedente de las filas del PSOE y otros partidos también, pero sobre todo, la del partido en el poder por el carácter sistémico que presentaba y que la citada sentencia judicial establece- siempre hemos creído que los gobiernos de Aznar y él, como máximo responsable, se estaban librando del peso de su responsabilidad en esa corrupción cuando realmente había sido él y los suyos los auténticos fautores de ese sistema. Aznar y los suyos se estaban yendo de rositas dejando toda la mierda (nunca como en este caso ha habido mejor identificación entre metáfora y realidad), para Mariano Rajoy y su equipo cuando realmente éstos habían sido sus continuadores, pero no sus verdaderos constructores.

Aunque sólo fuera en honor de la justicia y la verdad, era necesario dejar claro ese origen. Pero, además, el resultado de la citada comisión ha sido clarificador en otro sentido. El apoyo entusiástico de Pablo Casado y los suyos a la intervención de Aznar en la misma nos abre aún más los ojos sobre la orientación política de la nueva dirección del PP, si es que alguien todavía los tenía vendados a pesar de hechos como la posición que han mantenido en la Unión Europea acerca de la condena de la actitud ultraderechista del dirigente húngaro Viktor Orban, amén de otras muchas declaraciones y actuaciones que Casado y los suyos defienden. Me refiero, claro es, al avance hacia las posiciones de extrema derecha del actual partido conservador español. Porque, a pesar de la pátina liberal con que adorna sus palabras, no sus actos, Aznar no deja de ser un político de la derecha pura y dura.