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Autoritarismo "pos"

Una serie de recientísimas observaciones de Josep Ramoneda, filósofo de adscripción socialista, quien fue director del Instituto de Humanidades desde 1986 a 1989, profesor de filosofía contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona hasta 1990, y que preside el Institut de Recherche et Innovation de París, son raramente clarividentes o, mejor dicho, parecen empezar a admitir que la corrección política ya ha llegado a un callejón sin salida. Sorprende, por ejemplo, la afirmación, en la entrevista hecha por Mercé Pinya para este periódico: «Estamos en un mundo del que todavía no conocemos las claves», y diagnosticando que existe un profundo malestar, sigue: «En estas circunstancias, la tendencia siempre es al autoritarismo, porque a los Estados no les queda nada más que de tanto en tanto hacer una exhibición de fuerza. Me temo que, o cambian mucho las cosas o nuestras democracias evolucionarán hacia el autoritarismo posdemocrático». Ramoneda llama la atención al hecho de que las democracias como juegos bipartidistas, un juego dialéctico soft, en Europa están agotadas.

A su vez, según Ramoneda, el Estado-nación empieza a ser insuficiente. La disyuntiva filosófica sería el detectar si lo que ocurre es un acabamiento del modelo bipartidista, dentro de un esquema democrático, o bien que este modelo evoluciona, por catarsis o síntesis post-contradictoria, a otras formas. Si de lo que se trata es de una mera evolución, estaríamos ante una sustitución de dos partidos contrapuestos que, de alguna manera, sí están históricamente acabados, por otros dos, o bien, al estilo de otras naciones del sur europeo, se trataría de una atomización partidista que da lugar al estilo de grosse koalitionen y, quizás, sí podríamos hablar entonces de un acabamiento histórico de más largo recorrido.

A Ramoneda se le pregunta por Cataluña y España, pero para lo que está ocurriendo a un nivel supranacional, europeo y planetario, son, aunque se conviertan en algún momento en sangrientos, temas menores. Como una maldición gitana, The Clash of Civilizations, de Samuel P. Huntington, publicada en 1996, con otros avisos que no por histéricos y claros fueron menos certeros, como los de Oriana Fallaci o Giovanni Sartori, se ha cernido sobre la tierra occidental, en forma de deriva poblacional grave, global y estructural. Huntington localizaba una serie de civilizaciones que, cada una, cuidaba de sus características con ciertas fronteras y líneas rojas que las fortalecían. La islámica y la china eran especialmente poderosas por su gran número de habitantes, la primera con un alto grado de hipnosis colectiva, y la segunda con un alto grado de respuestas masivas y cualificadas. A su vez, el conocimiento de los hechos no coincide con el efecto en la masa biológica, por ejemplo, los muertos en Siria han sido más de medio millón, pero en un país de casi 23 millones de habitantes, eso representa apenas un 2 % de asesinados. Dos de cada cien. Torturados, masacrados, pero desde el punto de vista de la reproducción sostenida, no se nota. Lo que se nota es que los habitantes viven en un régimen de terror, y además han aprendido a vivir así.

Un país como Corea del Norte, de 26 millones de habitantes, está todo él hipnotizado por un líder, el líder es de origen comunista, se supone que republicano, uno más, pero reina como el señor feudal más rancio de la historia de los señores feudales. China, con sus actuales casi 1.400 millones de habitantes, se permite ser un país comunista, de un solo partido, donde está prohibida la democracia tal como se entiende en Occidente y, sin embargo, ha abrazado el estilo economicista de Occidente y su capitalismo es el más fiero de la Tierra. Una especie de oxímoron filosófico-dialéctico, un imprevisto marxista, como si habláramos de nazismo semita. Sin embargo, esa civilización se hace con el planeta: por ejemplo, firma tratados de ayuda económica con las satrapías más duras y caligulescas, cosa que Occidente no se permite en su carrera hacia su auto-ética, y nos encontramos con que un continente repleto de riquezas como África es ayudado, país a país, por China, sin que, en contraposición, se exijan covenants a esos países, como hace el FMI o el Banco Mundial, de forma que la contraprestación es entrar directamente a explotar las minas y recursos (de coltán, de uranio, o de lo que se precie), aprovechar las plusvalías para China, como una inmensa empresa extendida por el planeta, y endeudar a esos países de forma que nunca podrán pagar los enormes préstamos concedidos y, por ende, quedan atrapados. Una forma de colonización neo-comunista cuyos resultados históricos se terminarán viendo en un par de décadas. Esto es lo que es una civilización, una pulsión civilizatoria, algo que no convive pacíficamente con formas democráticas como las que Ramoneda ve ya en peligro, y que realmente son mero relleno en el paisaje de las pulsiones civilizatorias.

Por eso esta civilización, la china, cuando tiene problemas con otra civilización, como en su parte uigur, los arregla así: toma a todos los ulemas del lugar, los reúne, les hace renegar de su Libro religioso, y les pena con 4 años de cárcel si llevan barba o velo. Y no pasa absolutamente nada, sino a la inversa: la posición de autoridad, la pulsión civilizatoria, queda reforzada.

Ante estas dinámicas, un análisis de la situación europea en la que se fija Ramoneda, daba hace cuatro años, de un total de 410 millones de habitantes, unos 80 millones adscritos a lo que se ha dado en llamar erróneamente ultraderecha, y que es la población que evoluciona hacia una posición defensiva e indentitarista, ante el ataque exterior de la deriva poblacional agresiva provocada por la globalización que señala Ramoneda. Ni más ni menos es eso lo que denomina «autoritarismo posdemocrático», cosa que, por otra parte, se viene dando desde la Roma de los césares, que no venían a ser sino los llamados a poner orden dentro del desorden democrático, que siempre sobreviene pasado un tiempo. Un estudio reciente de Bloomberg analiza las votaciones a partidos radicales conservadores en Europa y localiza ya zonas como Hungría y Polonia en las que más del 60 % de la población es identitaria y sin complejos, y vota tal facción. Esta cifra está entre el 20 y el 30 % en Suecia, Noruega y Finlandia. En Francia hay varias regiones que alcanzan el 40 %. El estudio de Bloomberg se fija en que en las últimas votaciones los cambios se han producido en más de un 20 % en las zonas menos radicales, que se tornan poco a poco en radicales: gigantescas zonas de Suecia, Polonia, Alemania, Dinamarca, se mudan con claridad a planteamientos radicales identitarios.

El Eurobarómetro de mayo de 2017, con una situación mucho más moderada que la actual, contempla el problema de la inmigración por encima del pesimismo económico o los problemas de la globalización, estableciendo ese problema contra el extranjero en un 78 % en Hungría, 71 en Polonia, 58 en Francia, 55 en Alemania, 82 en Chequia, 59 en Italia, 61 en Rumanía y 40 en Reino Unido. El crecimiento de partidos radicales en las elecciones y en las encuestas es generalizado en todos los países europeos, excepto: Chipre, Estonia, Irlanda, Lituania, Portugal y España. Pero la faz de Europa, podemos decir que en un 63 %, tiene fobia a los barbaroi. Y los 80 millones de hace cuatro años, son ya más de 200 millones de ciudadanos dispuestos a parar la deriva poblacional endureciendo el rigor político con lo que Ramoneda llama «autoritarismo posdemocrático», donde el pos da mucho que hablar.

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