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El gobierno bonito

De él se dijo eso, que era bonito. El gobierno de Sánchez. Era raro, normalmente a un gobierno se le suele adjetivar de consistente, duro, dialogante, centrado, izquierdista, derechista, pero bonito sonaba a nuevo tiempo. Los ministros y las ministras parecían orlados con esa pátina de notoriedad, solvencia y capacidad de innovación con los que se presentaron a los españoles los ideales que presuntamente movían la moción de censura que terminó con el gobierno de Rajoy.

Hoy, la verdad, tras cien días, más que bonito el gobierno parece una suerte de casting protagonista de Los diez negritos, aquella celebérrima novela de Agatha Christie donde uno tras otro iban muriendo todos menos, como era costumbre, el mayordomo. El Gobierno está desvencijado y cabizbajo. Sólo le faltaba las grabaciones de la ministra de Justicia en la comida con Garzón y Villarejo en la que afirmaba, al parecer, no gustarle Marlaska por «maricón» y sí los tribunales de tíos. Sobre gustos, ciertamente, no hay nada escrito pero la notaria mayor del Reino a la sazón debía cuidar más, en compañías tan poco estimulantes como contertulios de mesa, el tan defendido lenguaje inclusivo. Pero hasta las ministras del gobierno bonito se hartan de él en privado y dejan campar lengua castiza a la sazón bien conocida en nuestro país más cañí.

No estoy haciendo un análisis político porque el país está repleto de analistas y cuentacuentos tabernarios sobre tesis, másteres y guardianes de todos los universos. Como toda la vida de Dios, las diversas mesnadas aplauden a sus líderes sin importarles pimiento alguno qué rayos andan diciendo y los presuntos motivos que los inspiran mientras se garanticen sillón y pecunio a final de mes. Eso que en España se entiende por lealtad política.

Pero lo siento por el gobierno bonito, al que ya le queda menos para dejar de serlo. Bonito y gobierno. Era una oportunidad si las cosas no se hubiesen hecho como sucedieron desde cómo se urdió la moción de censura a Rajoy desde 2015 hasta conseguirlo. El PSOE, que había echado a Sánchez de la secretaría general, no tuvo otra que repescarlo en una resurección ciertamente dificil en una segunda vuelta a la vida política. Creo que están pensando, sobre todo las grandes federaciones extremeña y andaluza, en el sepelio anticipado y cuanto antes, cánticos incluidos si fuera menester. El problema es que el Gobierno ya no es bonito porque no se puede defraudar a todo el mundo en menos tiempo y también porque conviene que las ideas con las que uno se presenta a presidente del gobierno se mantengan al menos setenta y dos horas para propios y extraños, incluidas las que afectan al monotema catalán tan intemperante y molesto para los intereses de los valencianos en su conjunto, menos para los espantapájaros de los fantasmas del catalanismo rampante.

El ministro más inteligente del gobierno de Sánchez es Duque. Llegó, vió y calló. Abrió una vez la boca defendiendo la enseñanza privada y se la cerraron. Sus intervenciones se reducen a leer los papeles que le preparan en el ministerio. Escasísimos. Seguramente el haber flotado en el espacio, por aquello de que fue astronauta, le ha dado perfecto conocimiento de lo que es la ingravidez espacial, pero nunca creyera que la ingravidez política la superara de un modo tan espectacular. Supongo que por eso ha decidido ser mudo. Sigue siendo casi ya el único ministro bonito.

Para los valencianos la inestabilidad manifiesta del gobierno no puede ser más perjudicial. Precisamente ahora que parece que el asunto de nuestra infrafinanciación -¿recuerdan ustedes?- se iba a comenzar a abordar en una mesa de expertos para los que tenemos comisionado y suplente. La verdad es que es triste gracia.

Y por otro lado, si el Gobierno ha dejado de ser bonito, la oposición dista mucho de ser siquiera atractiva. La derecha quiere recuperar a su derecha. Ciudadanos sigue sin saber qué tiene que recuperar desde que Rivera cayó en la cuenta de que aquellos que se habían empeñado en hacerlo presidente del Gobierno cuanto antes y de hacerle creer que era Kennedy le habían dado por muerto. Al igual que en la Comunitat Valenciana, donde se alternan las propuestas legítimas de gobierno con la evocación de los fantasmas de la tribu que se agitan cada treinta o más años como lenitivos de la angustia por la presunta pérdida de escaños en las autonómicas y como vudú correspondientes de los desvíos doctrinarios de la mesnada.

Poco podemos esperar pues los de la tercera España. Somos pocos y cobardes al parecer. Y no atinamos a materializar, como ocurriera ya en la República, opciones viables de gobierno o de incidir en la política con otras coplas que no sean nuestra honesta opinión y mejor deseo de bienandanza general. Hasta Miguel Maura, hoy, sería tachado de rojo por algunos de los adanes del vocerío derechista. Qué error, qué inmenso error. Abandonar el centro político donde se ganan en España todas las elecciones. Incluso sería éste un buen consejo para el gobierno bonito. Más centrismo político, desde la legítima social democracia, y menos llamar «maricón» al ministro Marlaska. Me parece a mí, con perdón.

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