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Como mínimo, una disculpa

En poco más de 100 días llevamos dos ministros dimitidos, Màxim Huerta y Carmen Montón; una ministra desautorizada, Margarita Robles, obligada a dar marcha atrás en su intención de paralizar una venta de armas a Arabia Saudí; y un presidente, Pedro Sánchez, que ha vivido su via crucis particular por su tesis. Ahora, por si con eso no hubiera bastante, la titular de Justicia, Dolores Delgado, ha quedado muy desacreditada por su relación con el excomisario Villarejo. Tanto que hasta Pablo Iglesias ha pedido que dimita. Evidentemente, si ya es cuestionable que Delgado se reuniera con un tipo tan tétrico, más aún es que la que es la notaria mayor del Reino un día diga que no había tenido relación alguna con él para acabar reconociendo lo obvio, a juzgar por las grabaciones. Eso, dicho en plata, es mentir.

Unas grabaciones que, a la sazón, no dejan en muy buen lugar a la ministra, por más que sean de 2009. Es verdad que cualquiera, en una charla informal, y más si no es consciente de que se le está grabando, puede acabar diciendo lo primero que se le pasa por la cabeza. Pero mal vamos cuando lo que se te ocurre sin pensar es llamar «maricón», término bastante despectivo, a su hoy compañero de gabinete Fernando Grande-Marlaska. Y no menos malo es que se jacte de que prefiere tribunales compuestos por hombres, porque «no me llevo mal con las tías, pero (los tribunales) de tíos sé perfectamente por dónde van», según dice. Y todo cuando precisamente la Administración de Justicia está bastante masculinizada ya de por sí, con los efectos que eso tiene sobre determinadas sentencias, y cuando quien lo dice es alguien que entonces era fiscal y hoy es ministra del que fue bautizado como el Gobierno más feminista de la historia. Se ha hablado de cambiar la Constitución para incorporar un lenguaje inclusivo.

De momento, que algunos cargos públicos interioricen otro discurso sería un gran paso. Eso y que Delgado, dimita o no dimita, pida disculpas.

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