Parece una contradicción. Las nubes de tormenta suelen tener desarrollo vertical y estar muy frías en su interior, especialmente en su cima. Ello supone que hay aire frío en las capas altas de la atmósfera y, por tanto, inestabilidad acusada. Esto es lo habitual. Pero en ocasiones, con muy escaso grado de inestabilidad, porque no llega a haber aire muy frío en las capas altas, se forman nubes «cálidas» de desarrollo vertical, que descargan chubascos con cantidades que pueden ser importantes, por encima de 30 litros por metro cuadrado y en poco tiempo.

Esto es lo que ha ocurrido, estos días pasados, en puntos del litoral valenciano, después de la pequeña «ola de calor» que dio entrada al otoño 2018.

Dos reflexiones: ¿por qué nadie habló de ola de calor, cuando era una ola de calor en toda regla? Sí, es cierto, de corta duración y con menor intensidad que en julio o agosto, pero ola de calor sahariana. Sin alcanzar los umbrales para denominarla oficialmente como tal. Pero una ola de calor en suma.

Y una segunda reflexión. Este tipo de lluvias con «nubes cálidas» también está aumentando su frecuencia de aparición en los últimos años en el litoral mediterráneo, especialmente en las costas de la Comunidad Valenciana y Murcia. ¿Por qué? Porque el mar Mediterráneo frente a este espacio costero no deja de batir record de temperatura superficial, un año tras otro, y de permanencia en el calendario de estas aguas calidas frente a nuestro litoral.

Resultado: aunque la inestabilidad no sea nada acusada, se termina por formar nubes con desarrollo, nubes de tormenta, porque el mar expulsa energía constantemente en forma de vapor de agua que se condensa y ocasiona lluvias intensas. Aunque lo parezca, no es una contradicción. Con nubes «cálidas» también llueve y llueve bien. Y el fenómeno va a más.