«Gobierne quien gobierne, las pensiones se defienden». Con éste y otros eslóganes similares, un buen número de jubilados vienen saliendo a las calles de numerosas ciudades, inclusive frente a las puertas del Congreso, reclamando una pensión justa que les permita vivir con dignidad, respaldados por los sindicatos UGT y CC OO. Una demanda, no sólo justa sino que, al margen de cualquier contienda electoral, debe ser atendida y satisfecha.

Tras este movimiento, marea, o como se le quiera llamar, se esconden otras realidades que no deberíamos perder de vista. Nos encontramos con unos ciudadanos que salen a la calle a dejarse oír, a luchar y reclamar, como siempre han hecho a lo largo de su vida, que los gobernantes que hemos elegido democráticamente atiendan a los sectores más vulnerables, a los que han tenido que soportar mayor sacrificio, los más débiles, los que menos tienen. Este movimiento ciudadano que nos dio un ejemplo, primero luchando por las libertades democráticas, lo vuelve a hacer, dejando de lado sus intereses individuales y pensando en el bien común y en el de las futuras generaciones.

Cuando piden una pensión digna, no sólo lo reclaman para ellos mismos, sino también lo hacen para todas las generaciones que vengan detrás: tantos y tantos que en la actualidad se encuentran sin trabajo, o en precario, tendrán una peor jubilación. Por ello, la urgencia de una derogación de la Reforma Laboral, ley que ha llevado a la pobreza a millones de personas y ha expulsado a miles de jóvenes hacia otros países.

A los jubilados, a quienes por su pasado y presente deberíamos honrar y considerar ciudadanos activos, a los que injustamente se les denomina clases pasivas, les debemos ahora que en este país no se haya producido una debacle social histórica. Son quienes hacen posible la conciliación laboral de sus hijos; basta frecuentar las entradas y salidas de los colegios, parques, paseos€ amén de otras actividades.

De ellos se ha dicho a veces que atesoran experiencia y saber; esa experiencia que siempre han transmitido y que nos hace la vida más fácil a las generaciones que les siguen. A ellos sólo les puedo decir: gracias, todo mi reconocimiento y respeto, y que todos los días sean de la gent major.