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¿Vencer o convencer?

Hay que recordar a propósito de la crisis catalana la frase que, en circunstancias por fortuna para nosotros muy distintas, se dice que pronunció don Miguel de Unamuno: "Venceréis, pero no convenceréis".

Parece en efecto que los dirigentes de nuestra derecha están tentados por lo primero si uno hace caso de sus propuestas radicales sobre cómo tratar ese gravísimo problema.

Así, el vicesecretario de Organización del PP pidió al Gobierno de Pedro Sánchez, como han hecho antes otros de su partido, que aplique "sin complejos" el artículo 155.

Es lo que viene solicitando también Ciudadanos, que compite con el PP en sus intentos de acorralar hasta hacer caer a un Gobierno cuya legitimidad parecen empeñados en negar desde el triunfo de la moción de censura contra Mariano Rajoy.

No es mi intención defender aquí la sinrazón del independentismo catalán, que ha hecho tanto daño a la propia Cataluña como extraños compañeros de cama: el PDeCAt y la CUP.

Sin una situación de colonización que las justifique - y sólo un fanático o alguien con indudable mala fe podrían sostener que ése es el caso en Cataluña- las aspiraciones independentistas no tienen razón de ser.

Otra cosA sería la mejor o peor calidad de las instituciones de nuestra democracia, que algunos, con razón o sin ella, todavía discuten.

Pero ése no sería en ningún caso un problema exclusivo del resto de España, de una España atrasada, del que estaría libre una prístina y pura Cataluña.

Corrupción la ha habido y la sigue habiendo al norte y al Sur del Ebro, y no es de manera egoísta e insolidaria como podrán resolverse los problemas que a todos afectan.

Y, sin embargo, hay que hacerse la siguiente pregunta: ¿Cómo va a solucionarse un problema tan complejo y tan viejo como el catalán sin un mínimo de empatía por parte de todos?

¿Cómo se van a calmar las aguas del independentismo con declaraciones tan radicales como las que hemos escuchado o leído estos días de labios de la derecha que son, justo es decirlo, sólo espejo de las de muchos separatistas?

Empatía es, por ejemplo, tratar de entender el profundo descontento de parte del pueblo catalán, y no sólo de los independentistas, por la prolongación de la prisión preventiva mientras esperan juicio de los líderes del Procés.

Sin prejuzgar el resultado del proceso judicial al que serán inevitablemente sometidos, su puesta en libertad condicional y bajo estrecha vigilancia, ¿no contribuiría de momento a rebajar la tensión?

Es cierto que existiría siempre el riesgo de fuga y que además sólo la justicia, a la que queremos independiente, está facultada para dar ese paso, pero ¿no valdría la pena intentarlo?

¿No son suficientemente fuertes el Estado y las instituciones democráticas para mostrar generosidad en ese caso?

Y lo que es más importante, ¿no se contribuiría de ese modo a desmontar muchos argumentos de los independistas sobre el supuesto castigo a Cataluña y a reforzar de paso a su sector más moderado?

Es cierto, sin embargo, que el fanático empecinamiento de Puigdemont en Bruselas y de su fiel escudero, Torra, en Barcelona no se lo están poniendo al Gobierno de Sánchez nada fácil.

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