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Planes sin arquitectura y mercado inmobiliario al alza

De unos meses a esta parte han vuelto las simulaciones dibujadas y los colorines urbanísticos a la actualidad valenciana. Hacía años que no se veía una actividad semejante de planes, promesas y agitación del mercado. No ocurría desde el punto cenital de la burbuja inmobiliaria, que en Valencia se produjo en 2008, cuando los precios tocaron techo, casi un año después de la quiebra de Lehman Brothers.

Las estadísticas de los precios medios de la vivienda no engañan. Desde aquel 2008, el valor de la vivienda valenciana fue decreciendo, hasta 2016, momento a partir del cual, de modo tímido, los precios han ido en aumento. En el último ejercicio se ha producido una aceleración de ese crecimiento. Algunos tasadores hablan de una subida cercana al 8%, otros llegan a hablar incluso de un 15% para la vivienda usada. Según que zonas, se habla de un precio medio por metro cuadrado cercano a 1.400 euros y hasta superior a los 2.100 euros.

La reactivación del mercado ha provocado también el aterrizaje en la ciudad de grandes promotoras nacionales participadas por fondos internacionales. Hasta la fecha, las promotoras que activaban la ciudad buscaban encontrar buenas ofertas procedentes de la Sareb, la sociedad pública que ha gestionado el suelo deteriorado por la crisis en poder de constructores quebrados y banca rescatada. Ahora no, las grúas han hecho su aparición en Patraix -el barrio del alcalde Joan Ribó-, Malilla o Benicalap, bajo la firma de compañías como Neinor Homes, Aelca o Aedas, impulsadas por fondos de origen norteamericano como Lone Star, Varde o Castlelake. Su llegada ha duplicado el precio de repercusión del suelo en la capital valenciana.

Con tal panorama no ha de extrañar que florezcan los planes urbanísticos largo tiempo olvidados. Recordemos que el último Plan General de la ciudad se aprobó en 1988 y su duración estaba programada para 16 años (hasta el 2004), bajo mandato socialista pero con un alto grado de consenso pues se satisficieron muchas de las demandas casi privadas de la oposición de entonces. Ese periodo de vigencia del PGOU coincidió con un desarrollo creciente y una opulencia económica nunca vista en las arcas municipales. Rita Barberá aprovechó el viento de cola para culminar las grandes obras que proponía aquel plan, en especial las rondas y el arranque del Parque Central.

En cambio, el Cabanyal con la prolongación de Blasco Ibáñez de por medio, no solo socavó el poder del PP frente a la persistencia vecinal, sino que mostró con claridad la falta de impulso económico que la ciudad empezaba a padecer, incapaz la administración municipal de encontrar socios privados capaces de desarrollar un proyecto urbanístico más que cuestionable, antes y ahora. Y es precisamente el nuevo plan para el Cabanyal uno de los primeros que han reaparecido en estos últimos tiempos, cuyas propuestas actuales difieren de los esponjamientos propuestos antaño pero que tampoco ha convencido a las asociaciones de vecinos por la inclusión de viviendas de baja altura en el parque del Dr Lluch -una pieza fallida del periodo casadista- y un rascacielos de 17 alturas grafiado como hotel.

Parecido rechazo ha causado el nuevo plan del Grao presentado por José Tomás -que sustituye a uno anterior así como a la innovadora propuesta de un delta por parte del arquitecto francés Jean Nouvel-. El mismo alcalde y los vecinos devolvieron los dibujos al corral porque no proponía el soterramiento de las vías férreas antes de cruzar el viejo cauce del Turia. En cambio, ha pasado sin más desmayos el plan para la parcela de la vieja Fe, que incluye equipamientos, comercial y vivienda, y se está a la espera también de la reconsideración del plan de Benimaclet vecino de la huerta que impulsa Metrovacesa con dibujos del equipo de Juan Añón.

Todo ese conjunto de iniciativas reaniman en apariencia la construcción de viviendas en València, pero mucho nos tememos que el mercado, a pesar de la presencia de compradores extranjeros -y catalanes- no está lo suficientemente maduro para consumir más de 4.000/5.000 viviendas nuevas anuales, entre otras razones porque los salarios no han subido y a la banca le cuesta mucho aprobar la financiación tanto de hipotecas particulares como de inversión de promotoras. Más de una obra sigue parada o no ha comenzado en el plazo debido en zonas incluso muy competitivas de la ciudad. Lo cual, además, explica también el considerable aumento del precio de los alquileres, mercado al que no tienen más remedio que derivarse los jóvenes con salarios bajos y empleo precario.

El otro efecto de esta floración urbanística es la falta de concreción de los planes. Nuestros arquitectos y autoridades locales siguen pensando el urbanismo en términos de volumetrías y densidades, sin considerar el necesario estudio de detalle que requiere, en estos tiempos, el desarrollo de una ciudad que debe competir en calidad constructiva para mejorar su imagen y atractivo. Eso sí, los actuales renders -dibujos simulados-, son muy vistosos y aparentes, pero no hablan de arquitectura. Y esa es la cuestión que a lo que parece no asimilamos: que un hotel en el Cabanyal tenga 17 alturas o 33 es indiferente, lo importante es que sea potente, hermoso, espectacular? que provoque en nosotros la misma emoción estética que seguramente producía en un humilde ciudadano rural la contemplación de una catedral gótica. Nada de eso, salvo contadas excepciones, nos produce la arquitectura contemporánea que ha fabricado la València reciente.

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