Estuve a punto de pasar de ver la nueva apuesta española de Netflix, cuando observe a una joven madurita visionándola por móvil en un transporte público el pasado fin de semana. Pecado mortal para los que defendemos que las series son el cine del siglo XX y hay que saborearlas en pantallas grandes porque el tamaño importa mucho para apreciar todos los detalles. Admito que la tramposa trama atrapa, y mucho, como todas las sagas de adolescentes desde la mítica «Verano azul» (1981), la posterior «Segunda enseñanza» (1986), o la más reciente «Física o química» (2008). Pues diez años después, con «Élite» la acción vuelve a un instituto, mejor dicho a un centro de enseñanza privada de gama alta, Las Encinas, en una de esas urbanizaciones exclusivas del norte de Madrid, residencia de futbolistas, financieros, constructores y multimillonarios de Sudamérica y Europa del Este. Está protagonizada por algunos de los jóvenes actores españoles más prometedores: María Pedraza, Miguel Herrán, Jaime Lorente (triunfador en «La casa de papel»), Itzan Escamilla («Las chicas del cable», «El Ministerio del Tiempo»), Miguel Bernardeau («Ola de crímenes»), Aarón Piper («15 años y un día»), Ester Expósito («Estoy Vivo); Mina El Hammani («El Príncipe») o Álvaro Rico («Velvet»).
Aunque se supone que es un «thriller» (el asesinato de una alumna ejemplar e hija del constructor del instituto desplomado en el pueblo, después de la llegada a Las Encinas de tres becados de clase baja afectados por el derrumbe), los diálogos son como los de «Mujeres y hombres y viceversa», su público potencial, y los uniformes colegiales la coartada perfecta para quitárselos en cualquier escena. Sin embargo, es un auténtico producto Netflix, producción solvente y preciso juego de cámaras a la americana. En eso gana «Élite», la segunda inversión de la plataforma de «streaming» en España, tras el éxito de «Las chicas del clave», al que pueden acceder sus más de 130 millones de abonados en todo el mundo, de ahí el guiño a una protagonista mexicana y otra palestina. Aunque, preferiría que la imagen exterior de la enseñanza se acercará más a los valores de «Merlí», una serie, esa sí, que debería ser obligatoria en los institutos.
