El próximo 20 de octubre, en el contexto de la afortunadamente recuperada Mostra de Cinema del Mediterrani, se estrenará el documental Carrícola, pueblo en transición, en el que se aborda en positivo el problema del despoblamiento rural, así como los proyectos vinculados a la sostenibilidad y a la cultura que dicho municipio ha emprendido desde hace años para poder sobrevivir. En el documental, el geógrafo Luis Romero nos recuerda que el tema del éxodo rural viene de lejos: en los años 60 y 70 emigraron a las grandes ciudades 2 millones de habitantes del mundo rural, y en torno a otros 2 millones hacia Europa. Encontramos actualmente amplias zonas de España con una densidad de población cercana a la de Siberia, a la vez que en las zonas costeras y en grandes ciudades se agrupa la mayor parte de la población y del turismo. Aumenta así la insostenibilidad y la dependencia del transporte globalizado, para alimentar un modelo que tiene los días contados, en un horizonte próximo de decrecimiento en la disponibilidad de petróleo de fácil extracción.

Los estudios de ecología social y de sostenibilidad nos dicen que según se vaya encareciendo el petróleo habrá que volver a los pueblos, potenciando el sector primario agroecológico -con mucha menor dependencia de los combustibles fósiles- e impulsando un modelo socioeconómico basado en la biorregión, es decir, en la subsistencia a partir de los productos y servicios de zonas mancomunadas no muy extensas, que permitan vivir sin excesivos desplazamientos ni importaciones de productos lejanos.

No parece muy inteligente permitir el despoblamiento rural y el abandono de pequeños pueblos del interior, cuando finalmente se va a tener que invertir el proceso. Se hace necesario aplicar políticas específicas que combatan esta despoblación, facilitando la residencia de nuevas familias jóvenes con niños -y no será que no hay inmigrantes que desearían trabajar para vivir dignamente en esa España despoblada...-, organizando el transporte escolar a colegios vinculados a varios pueblos, y enfocando el desarrollo rural desde la perspectiva de la sostenibilidad, la agricultura ecológica, el turismo de interior y la restauración paisajística y patrimonial; así como potenciando nuevas empresas vinculadas a la economía específica de cada territorio.

Todo ello obliga a abordar transversalmente los problemas de la ruralidad, a la vez que a desarrollar programas adaptados a su realidad y escala, muy distinta a la de las grandes ciudades. Proyectos que surjan de la propia comunidad, gestión de bienes comunales, cooperativas agroecológicas y de apoyo mutuo... Todas las nuevas ideas de la economía colaborativa y circular se pueden experimentar de maravilla en nuestros pequeños pueblos del interior, para que permanezcan como pueblos vivos, y no como lugares pintorescos para pernoctaciones de fin de semana.