Adolf Hitler dijo que si le votaban a él, no habría más elecciones y, sorprendentemente, le votaron. Luego, los alemanes no tuvieron más opción que actuar como comparsas del anhelo de muerte de su amado führer. Claro que semejante franqueza sólo se la permitía, Hitler, en las sedes patronales, ante los capitanes de la industria y los nostálgicos del Reich.
El fascista Jair Bolsonaro, ganador de la primera vuelta de las presidenciales del Brasil, es mucho más burro y dice ante quien quiera escucharle que no torturará a los detenidos porque los matará antes y que llenará su gobierno de generales. Bolsonaro tiene una sonrisa de psicópata. Una sonrisa de quita y pon que se le cae en cuanto dejan de sujetarla los músculos faciales, pero como todos los fascistas es triste y abismado.
Es raro lo que ocurre en Brasil: un país tan lleno de música, de música buena, no de bandas militares, parece incompatible con el paso de la oca, aunque subvencionen la parada algunos ultraliberales de Estados Unidos (los hermanos Koch, tienen nombre de bacilo) y las sectas evangelistas del mismo origen.
Si gana Bolsonaro tendrá dos límites paradójicos: a su mayor rival Lula Da Silva (que cuenta con más apoyos que el mismo Bolsonaro) en la cárcel y enfrente a un parlamento con mayoría de izquierdas. Pero los parlamentos no impresionan gran cosa a los extremistas y Lula en la cárcel es faena que le dan hecha.
Adivino una campaña tóxica de la derecha brasileña para presentar al Partido Travallista como el colmo de la corrupción, el PP ya la desplegó, con éxito, a mediados de los noventa para derribar a Felipe. Luego el PP levantaría un Babel de mierda. Pero Bolsonaro es incluso peor que Aznar, un tipo vendido a Donald Trump y sus marionetas violadoras. El sociólogo Manuel Castells ha escrito una carta abierta a los intelectuales del mundo para que se opongan a la atroz perspectiva de un nazi al frente de la primera potencia de Iberoamérica. A mi me llegó por el pintor, amigo y brasileño honorario, Uiso Alemany. Que ruede la bola.
