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Lo que necesita un niño para empezar a leer

Que los niños lean y que lo hagan en papel es algo que no me he cansado nunca de recomendar por razones que tal vez ya os hayáis cansado de oír. Sin embargo, ahora que he leído un reportaje de la neurocientífica Maryanne Wolf, que confirma mis teorías de mujer de letras con muy sesudos informes sobre el desarrollo y funcionamiento del cerebro humano, me siento mucho más legitimada como para volver a la carga.

Señor, señora, usted que tanto mira por el futuro de sus hijos, que tanto los quiere, ha de procurar que sus niños lean en papel, si es que desea, como se presume, que tengan las herramientas necesarias para que puedan defenderse en la vida y no sean víctimas de engaños, cuando tengan que afrontar solos las vicisitudes que les planteará la existencia. Para ello tendrán que proveerse de una pertinente agilidad mental, que sólo les será posible al construirse ese pensamiento complejo que requiere, como base, un conocimiento amplio de la lengua.

Su hijo lee -dice usted- en soportes digitales. O sea, lee de modo superficial y fragmentario y seguramente es víctima de la impaciencia cognitiva. Dicho mal les impide captar la información de textos complejos y genera un déficit en la conexión de las neuronas. No es sino por el aval de experimentos muy fundados que se sabe que los niños que leen en papel, lo hacen con mayor profundidad y comodidad y retienen en consecuencia más datos. La inteligencia tiene un porcentaje de don natural, pero el resto es puro trabajo; un trabajo en cuya disciplina han de curtirlos los padres desde el principio. Su hija, su hijo es aún muy pequeño, pues bien, está de suerte. Es la edad propicia para planear un proyecto eficaz a largo plazo, siguiendo ciertas consignas:

A) Procure tener libros en papel a la vista en las estanterías de su casa. Los niños, familiarizados con su presencia, los tomarán como parte de su entorno cotidiano y, tarde o temprano, les despertarán la curiosidad. Ustedes han de leer los libros en su presencia. El ser humano actúa por imitación y más si se trata del círculo más estrecho: la familia. Lean con delectación libros de su agrado para que los niños capten que la lectura es un asunto que genera placer.

Para hacer esto posible hay que renunciar a grupos de wuasap y a programas de la tele. No importa, su salud física y mental se lo irá agradeciendo. Pero, claro, hay que encontrar el libro adecuado. No se empeñen en leer un libro aburrido por prestigio que tenga.

B ) Antes de que sus hijos aprendan a leer, léales cuentos en voz alta. Procure que esos cuentos le gusten también a usted, así disfrutarán mucho juntos. Mala cosa es que el adulto se duerma con el cuento, pues de lo que se trata es de que se duerma el niño, de modo que hay que interesar al adulto que lo lee, igual que al chiquillo. ¿Es difícil eso? Yo creo que no. Los cuentos tradicionales de los hermanos Grimm, los de Andersen y los de Wilde están llenos de humor e ironía para todas las edades, no fallan. Sólo en el ámbito nacional, lo han hecho Elena Fortún, Ana María Matute y Elvira Lindo. Cualquier madurito que lea sus relatos se conmueve o se parte de risa. De Celia nadie se cansa y el fenómeno Manolito Gafotas fue una revolución para los maestros. No es sólo que le encantase a los alumnos, es que los docentes, aparte de leerlo en las aulas, se compraban cada ejemplar para disfrutarlo a solas.

Yo misma conocí a Manolito con más de veinte años y nunca me perdía la siguiente entrega. Eso es lo que se llama un cuento infantil para adultos, sin que deje de interesar a los niños. Un cuento completo, como tienen que ser los cuentos. ¿O es que acaso no somos capaces de reírnos con los desaguisados de Guillermo Brown?

C) La tercera consigna es complicada de entender, pero da resultado: deje que sus hijos se aburran. Lo sé, lo sé, el aburrimiento hoy día está muy mal visto, parece que, a cada momento, todo tiene que ser divertidísimo, pero, precisamente, muchos niños accedimos a la lectura por mero aburrimiento. Después de comer, durante los largos veranos, había que guardar dos horas de digestión antes de meterse a la piscina. Y no a todos nos gustaba dormir la siesta. Sin móvil, que no existía aún, yo buscaba un entretenimiento en la casa de mi abuelo, la de los veraneos en el pueblo, y sólo hallaba libros de Franz Kafka, Thomas Mann, Aldous Huxley, James Joyce, George Orwell y Hermann Hesse. Los entendía a ratos y, a otros no, pero aprendí mucho de ellos y si ya era una niña rarita me convertí en rarita y media, pero era eso o nada. Y eso fue muchísimo mejor que nada.

Es difícil, muy difícil, apartar a los niños del móvil, de la tele, pero si se logra y las estanterías están llenas de libros, se rendirán a su atractivo. Es un conjuro infalible. Así pues, conjurad; un niño que lee es un niño que piensa, que sorteará con mayor facilidad todas las dificultades que le depare el futuro. Si, de verdad, los queréis, dadles armas para que, cuando estéis ausentes, puedan ganar la batalla.

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