Cuando se produce una tragedia como la de Sant Llorenç, lo importante es, sin duda, atender a los afectados y llorar a las víctimas. Nos invaden las imágenes de los informativos con el efecto de la avenida de agua en una zona urbana. Barro por todas partes, en las calles, en los coches, en las casas. Gente llorando, lamentándose de lo perdido. Gente que acude a ayudar. Bravo. Y en este contexto, la televisión espectáculo. Medios que se recrean en la desgracia. Prensa que piensa que calzándose botas de agua, entrando en las casas anegadas, preguntando lo obvio, tendrá más audiencia. Confundiendo mayor audiencia con mejor periodismo. Y, como en otras ocasiones similares o peores ocurridas en el litoral mediterráneo, se lanzan dos mensajes falsos, pero muy efectistas. 1) El fenómeno nunca se había vivido antes; es un fenómeno imprevisible; la naturaleza nos ha mandado esta desgracia, esto ocurre cada 500 o 1000 años... Mentira y gorda. Basta estudiar estadísticas sobre lluvias torrenciales en las regiones del mediterráneo español. Tal vez no en Sant Llorenç, que también. Pero lluvias muy superiores a estas se han alcanzado en esta parte de España que debe tratarse, a estos efectos, como un territorio único. Y planificar el territorio y sus infraestructuras a partir del máximo posible que aquí se puede recoger en 24 h., es decir, 800 litros por metro cuadrado. Cueste lo que cueste, porque lo importante es salvar la vida humana. 2) Los daños son incalculables. Mentira también. Se tardará más o menos en calcularlos, pero siempre se calculan las pérdidas económicas sufridas. Eso sí, estos daños deben hacerse públicos, en alguna web ministerial o regional. Pero públicos y accesibles a todo el mundo. Y tres propuestas finales: Que los ayuntamientos en el litoral mediterráneo contraten técnicos especialistas en gestión y planificación del riesgo para minimizar en el futuro los efectos de estos eventos extremos. Que ayuntamientos y gobiernos regionales impidan de una vez por todas la ocupación de áreas inundables. Leyes hay para ello. Cumplámoslas. Y tres: Que se implante un sistema de alerta nacional para que los ciudadanos reciban en sus teléfonos móviles avisos claros de posible peligro con el tiempo suficiente como para poder reaccionar. En algunos países ya están implantados y con buenos resultados. Si no, el año que viene, no dentro de 500 o 1000 años, volveremos a hablar de otro Sant Llorenç.