De un lado, todos estamos de acuerdo en la necesidad de unos presupuestos del Estado para 2019, y que sin un presupuesto, con cifras, luego es más difícil tomar decisiones. Es la guía imprescindible, de ahí la necesidad de negociarlo (el del año 2018 no estuvo listo hasta mitad de año y su aprobación produjo la ocasión para presentar la moción de censura a Mariano Rajoy). Aunque ahora vivimos con él, por azares del destino en el Senado y el variable apoyo en el Congreso que obtiene los socialistas. El Gobierno ha enviado su proyecto a Bruselas, como es preceptivo, para ver si obtiene un aprobado (aunque sea raspado) y en las actuales circunstancias de la UE es muy probable que así sea y que el comisario Pierre Moscovici -que siempre saca peros- haga alguna recomendación.

Los programas suelen presentarse con muchas abstracciones y pocos números, y por experiencia suelen ser sucintos y luego no se cumplen. Rajoy ganó por mayoría absoluta y se permitió incumplirlo y adujo la «herencia de Zapatero» para saltarse todas las costuras. En su segunda vuelta y la tercera todavía hizo más juegos de manos, anunciando más rebajas y luego convirtiéndolas en insignificantes retoques. Cristóbal Montoro anunciaba constantemente un aumento de las pensiones, del 0,5 % y se quedaba tan tranquilo, mientras entraba a saco en la hucha de la Seguridad Social que pasó de 60.000 millones de euros a los poco más de 8.000 actuales. Para no aumentar el déficit que ya iba en el límite permitido desde Bruselas e incapaz de arbitrar una medida para encontrar fondos que no fueran de las cotizaciones. Un problema que sigue siendo estructural. Ahora, en el Pacto de Toledo se ha llegado a una fórmula ambigua y se lee que la subida de las pensiones irá «ligada al IPC». Nosotros que lo veamos (aunque solo será así para las pensiones mínimas y no contributivas). Este extremo y la subida del Salario Mínimo Interprofesional forman parte de la agenda social que alega el Gobierno para «resarcir a los más débiles, que más han sufrido con la crisis». Y hay que ver la polvareda que han levantado, todos se han convertido en aliados de la patronal y por ello alerta del «germen de una nueva crisis», entre otros Pablo Casado, en tono agorero y demagógico. Se va a ver con Angela Merkel (ella le puede decir que tiene un gobierno de coalición con el SPD y que ha subido al doble el salario mínimo en Alemania). También pueden analizar juntos por qué en Baviera la CSU ha pegado tan gran bajón tras acercarse demasiado a los ultras en sus propuestas, sobre inmigración. Mientras el líder del PP en España afirma sin ambages que coincide con muchos objetivos de Vox. Ya va bien.

La mayoría de críticos a los presupuestos de Pedro Sánchez (al acuerdo con Podemos) los minusvaloran, tachándoles de programa electoral. Si así fuera, sería un programa atractivo, nada exagerado y con una base amplia (de momento le faltan solamente 20 votos en el Congreso para pasar la prueba del algodón). Han estado negociando mucho para hacerlos creíbles y encajarlos en el marco del límite de gasto (ellos lo querían subir y habían conseguido una vía libre de Bruselas donde la ministra de Economía, Nadia Calviño, fue a sondear). Será, pues, la base para presentarse en unas elecciones adelantadas si no pasan a la realidad en 3 ó 4 meses y se adelantan las generales. Y en caso de un Gobierno de coalición (que necesita más apoyos para una investidura) se concretarían con algunos flecos (sin los nacionalistas nadie hace nada, ni Aznar, ni Rajoy ni Sánchez).