Entre los pesos muertos que arrastra la política española está la maquiavélica inclinación a estudiar la cosa, el impulso —que la costumbre ha convertido en automático— de dar vueltas a lo que no tiene vuelta de hoja, de hozar entre ventajas imaginarias e inconvenientes ficticios, de marear la perdiz mientras actúa el pensamiento paralelo, la picaresca soterrada que va dilucidando cosas muy distintas de la oficial. Quiere decirse que nuestros políticos, puestos en el dilema de tomar una decisión sobre un asunto en el que no cabe duda ninguna, salen por las peteneras de que van a estudiarlo detenidamente. Así ganan tiempo suficiente para el cálculo sumergido, la mohatra disimulada y la prestidigitación pura.

Un ejemplo reciente ha sido la idea, incontrovertible donde las haya, de prohibir los teléfonos móviles en los colegios. No es posible concebir, en esta época, una idea más beneficiosa para los alumnos; y, sin embargo, las autoridades educativas han declarado que «lo estudiarán». ¿Qué significado puede tener semejante disparate más allá de un egoísmo reflejo del poder, de una ponderación absolutamente mezquina y partidista? Ante la sugerencia de un acierto irrefutable, los de la poltrona evalúan primero las consecuencias que puede tener para ellos y después o nunca lo que puede aportar a la sociedad.

Esta sordidez hace que la ley se pierda en disquisiciones, como cuando complica indeciblemente la expulsión de los okupas, o que directamente no se cumpla, como en el cúmulo de sentencias acerca de la lengua vehicular en los colegios catalanes. «Lo estudiaremos», en las altas esferas administrativas, equivale al «no» con traje de «ya veremos» que usan los padres cuando no tienen ganas de pergeñar un razonamiento. «Lo estudiaremos» es intercalar salvedades en lo apodíctico, remover el cieno del fondo y enturbiar lo que no presentaba dudas.

Y el truco es tan conocido, ha sido tan utilizado a lo largo del tiempo, que la cantaleta de «lo estudiaremos» no tiene hoy en día otro efecto que alarmar a los adversarios políticos, indignar a los ciudadanos y suscitar guiños de complicidad en los periodistas. Estamos hartos del maldito «lo estudiaremos» con el que nos mueven los cubiletes de la expectativa, con el que ralentizan los adelantos en la gestión, desactivan la eficacia de las buenas ideas, barren para casa y desprecian el interés general.