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Aprendices de brujo con Vox

El discurso de la extrema derecha está en pleno auge en la Unión Europea. Son muchos los países en los que han aparecido movimientos alineados en torno a la retórica ultraderechista, generalmente centrados en su rechazo a la inmigración y a determinados derechos sociales.

La extrema derecha aprovecha las crisis y los conflictos de todo tipo para tratar de introducirse en la esfera pública, pero durante mucho tiempo pareció que España, país que había sufrido su propia dictadura ultraderechista durante cuarenta años, estaba vacunada frente al peligro de que movimientos de este tipo pudieran superar lo anecdótico, en términos electorales. Sólo en 1979 consiguió la extrema derecha representación parlamentaria: un escaño de Blas Piñar por Madrid, que desapareció en 1982. Desde entonces, no ha obtenido representación en el Congreso, ni en ningún parlamento autonómico.

Hay quien considera que la extrema derecha, como tal, no tiene fuerza electoral en España porque se halla integrada dentro del PP, y no se equivoca: en efecto, los potenciales votantes de la extrema derecha (los que se ubican en el extremo del espectro ideológico) son votantes del PP. Pero esto no significa que el PP sea un partido de extrema derecha, como maliciosamente algunos pretenden inferir de lo anterior. Sí implica, en cambio, que nunca ha podido hacer un tránsito completo y genuino a una situación de normalidad democrática, como corresponde a un partido que ha gobernado el país (y la Comunitat Valenciana) y que ha llegado a representar al 45 % del electorado (50 % en el territorio valenciano). Esas tensiones internas le obligan al PP a hacer de vez en cuando guiños a ese electorado, les impiden condenar nítidamente el franquismo, etc.

En 2014, producto de esas tensiones, surge Vox, liderado por exdirigentes del PP. Surge, como Podemos, para aprovechar la oportunidad que constituyen las elecciones europeas para cualquier partido pequeño, dado que se concurre a una circunscripción única y no hay barrera de entrada electoral. De manera que con menos de un 2 % de los votos es posible obtener representación. Y, a partir de ahí, se cuenta con un altavoz importante, y además las dinámicas de voto útil afectan menos al partido en las circunscripciones grandes (dado que dicho partido ya habría demostrado que es factible que obtenga representación en ellas). Un escaño en las europeas puede ser el principio de algo más grande. Es lo que pasó con Podemos (y, en parte, con Ciudadanos) en 2014.

Así que Vox se la juega en las europeas. Si no obtiene representación, probablemente desaparecerá, porque los siguientes envites son mucho más difíciles para un partido pequeño: en las generales, Vox sólo tendría ciertas opciones de obtener diputado en Madrid, donde le bastaría con un 3 % de los votos (la barrera mínima electoral). Pero en Valencia, por ejemplo, ya estaríamos hablando de un 6 %. Y por mucho que algunos medios y partidos políticos estén, en apariencia, aterrorizados por el poderío de Vox en las encuestas, estamos muy lejos de que esto ocurra.

Cabe preguntarse qué ganan en la izquierda española y sus adláteres fomentando -como están fomentando- que Vox parezca una opción plausible. Y la respuesta es muy clara: ganan, por una parte, dividir el voto de la derecha, ya dividida entre PP y Ciudadanos, ambos embarcados en una lucha sin cuartel por la supremacía (que, en sí, también contribuye a derechizar el discurso de ambos, dando alas a lo que Vox representa). Por otra parte, en la inmensa mayoría de las circunscripciones y procesos electorales, garantizarse que los votantes que opten por Vox tiren su voto a la basura, asumiendo que Vox, por mucho que crezca, no subirá de un 3 % ó 4 % del electorado. Un porcentaje pequeño, pero que puede marcar la diferencia en la disputa entre PP y Ciudadanos, por una parte, y PSOE y Podemos, por otra, para obtener un mayor número de escaños en conjunto.

A cambio de esta previsión, se está dando alas a un partido de extrema derecha. Un ejercicio de aprendices de brujo que puede estallarles en las manos. Y no porque Vox se convierta en un partido de extrema derecha comparable por su dimensión a los que han aparecido en otros países europeos, escenario muy poco probable, entre otras cosas, por la derechización de PP y Ciudadanos en pos de asegurar el núcleo duro de los votantes de la derecha. Sino porque, en el camino, se está produciendo una radicalización del discurso público, de lo que es aceptable y asumible por parte de los ciudadanos conservadores, que constituye una deriva peligrosísima y cuyos efectos, en el espacio público, en los medios de comunicación, la política, y la judicatura, padecemos constantemente.

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