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España ante la tormenta europea

La rebelión presupuestaria contra Bruselas del gobierno populista italiano puede afectar al euro y reabrir la crisis de la deuda.

La transición fue un éxito porque en España todos creían, desde Manuel Fraga a Santiago Carrillo, que desaparecido Franco el único modelo posible era la Europa que brindaba prosperidad económica, derechos y libertades, orden y, por lo general, ausencia de graves convulsiones. Pero desde hace ya algún tiempo, a las dificultades españolas internas se une el hecho de que el conjunto de la UE, y muchos países europeos, sufren una seria crisis de gobernanza. Estas semanas se visualizan tres crisis que pueden afectarnos seriamente: la del choque entre el gobierno populista italiano y Bruselas por el presupuesto del 2019, las dificultades de la negociación sobre el brexit que entorpece el funcionamiento de la UE, y los signos de inestabilidad política en Alemania, el país director de la UE, que están debilitando el liderazgo de la canciller alemana y podrían disminuir su influencia estabilizadora sobre una UE sacudida por múltiples tensiones.

La crisis italiana radica en que el nuevo gobierno populista del país con más deuda pública de la UE después de Grecia, ha presentado un plan presupuestario para el 2019 que multiplica por tres, hasta el 2,4 % sobre el PIB, lo pactado anteriormente con la UE rompiendo así la senda de descenso gradual del déficit. La razón es que los partidos que gobiernan en Roma necesitan más dinero para poder cumplir unas promesas electorales populistas que combinan el descenso de impuestos y el aumento del gasto público.

La Comisión ha rechazado el borrador italiano porque representa una violación sin precedentes de las normas del pacto de estabilidad europeo y ha conminado (el vicepresidente Pierre Moscovici entregó personalmente la carta en Roma) al Gobierno italiano a presentar otro plan el próximo lunes. El problema es que, si Italia decide desobedecer, Bruselas no tiene poder coercitivo -excepto poner una fuerte multa- porque el parlamento italiano es soberano. Y el temor es que el gobierno populista pueda apostar por plantar cara esperando que eso -acusar a Bruselas de querer impedir medidas sociales- les sea rentable electoralmente en las elecciones europeas de mayo. Según el último eurobarómetro, Italia es el país más euroescéptico ya que sólo el 42 % de los italianos piensan que es positivo que el país forme parte de la UE (en España es el 72 % y la media de todos los países es del 62 %). Además, la Comisión tiene que ser prudente y medir sus reacciones porque una reacción demasiado severa podría alimentar la campaña antieuropeista de la extrema derecha de Matteo Salvini y del Movimiento Cinco Estrellas.

La actitud de Italia provoca una crisis europea por tres motivos principales. Primero, porque es repudiada con gran convicción por muchos gobiernos de la UE del grupo de halcones fiscales (que ven el déficit como el gran problema y temen tener que acabar pagando la deuda de los países del sur) como Holanda, Austria y Alemania. Segundo, porque vuelve a generar dudas sobre el euro, máxime cuando algunos políticos de los partidos populistas que hoy gobiernan flirtearon en el pasado con la idea de abandonar el euro y volver a la lira.

Italia y el euro. Tercero, porque los mercados empiezan a desconfiar de Italia y el diferencial del bono italiano con el alemán (que mide la confianza en un país) se ha disparado y ha alcanzado ya un 3,28 %, un nivel no visto desde lo más profundo de la crisis en el 2013. Italia tiene que pagar ya el 3,7 % por su deuda a diez años, lo que es especialmente grave en la perspectiva de que el BCE deje de comprar deuda de los países miembros a finales de año, mientras que España -que durante la crisis del 2012 tuvo un diferencial peor que el italiano- lo hace ahora al 1,73 %.

Lo más preocupante es que la desconfianza en la deuda italiana podría tener consecuencias y contagiar a otros países como España, cosa que hasta ahora apenas ha sucedido. Sería un escenario terrible que no es probable, pero que es más posible que hace unos meses. Otra crisis de la deuda como la del 2010-2013 sería una gran amenaza para el euro y para la estabilidad económica de Europa.

Por otra parte, la falta de acuerdo para la salida de Gran Bretaña del euro en marzo no mejora el panorama. Un brexit sin pacto de salida generaría mucho desorden económico pero es ya una posibilidad porque las propuestas de Theresa May de un brexit blando no pueden ser aceptadas por la UE (por la frontera con Irlanda del Norte y otros motivos), y May no puede ceder más porque topa con la oposición de los partidarios del brexit duro (Boris Johnson en cabeza) que amenazan con derribarla.

El lío de un ´brexit´ pactado. En esta tesitura, la solución provisional parece ser la de ir alargando los plazos. El negociador europeo, Michel Barnier, ha dicho que «necesitamos tiempo, mucho tiempo». Vale, pero ¿hasta cuándo? Además, los del brexit duro también se oponen. Todo viene de la irresponsabilidad de David Cameron de aceptar el referéndumque le exigían los eurófobos de su partido. El brexit parecía algo fácil, pero puede conllevar muchas soluciones diferentes, siempre difíciles de llevar a cabo. Noruega y Suiza no están en la UE, pero sí en la unión aduanera y aceptan gran parte de las normas europeas. Sería la solución que menos perjudicaría a la economía británica y a la europea, pero los del brexit duro no quieren nada que no sea el divorcio total y aspiran a la firma de un acuerdo comercial similar al del Canadá.

La conclusión -válida también para Cataluña- es que un referéndum sobre asuntos con gran carga emocional y que dividen a la población en dos partes prácticamente iguales son la receta segura para el desgobierno. Es lo que le ha pasado a Gran Bretaña y lo que ahora está afectando a la UE.

Pero todos los problemas europeos -en especial la crisis de la deuda del 2012- se han podido ir capeando porque Alemania, la primera economía de la UE y por lo tanto el país con más influencia, tenía gran estabilidad y el liderazgo de Angela Merkel -una democristiana que podía gobernar cómodamente tanto con liberales como con socialistas- era un factor moderador. Ahora, las elecciones de Baviera del domingo pasado han vuelto a poner de relieve que democristianos y socialdemócratas pierden fuerza y que el gobierno Merkel de gran coalición es cada día más vulnerable.

Si las elecciones del domingo 28 en el länder de Hesse no van bien para la CDU puede romperse la gran coalición y Merkel perder la confianza de su partido. La crisis alemana repercutiría en una mayor incertidumbre europea y las nubes sobre España serían más preocupantes. Merkel ha tolerado que el BCE de Mario Draghi actuara casi como el banco central de un Estado pese a que la eurozona no lo es, lo que ayudó a Europa a salir de la larga crisis del 2008-2013. No es seguro que su sucesor tuviera la misma autoridad moral para hacerlo. Y su mandato se acaba el año que viene.

Europa atraviesa un periodo de turbulencias y ya no garantiza tanto como cuando la transición la prosperidad y una vida política sin convulsiones. Por eso la política española debería ser más coherente y constructiva. Pero está pasando todo lo contrario: la crispación, que agrava todos los problemas, parece creciente y ser dueña y señora del futuro.

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