Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Alfons García03

Los pobres y los bancos

El pasado es una forma de ver el presente. Stefan Zweig explica en El mundo de ayer la indulgencia con los deslices de los políticos en la Viena imperial, aquella burbuja de vida tranquila que se vino abajo a partir de la Gran Guerra. La última crisis económica no es comparable a un impacto como la guerra del 14, pero como entonces, antes del drama, la ciudadanía parecía pasar por alto la corrupción política mientras la prosperidad económica flotaba en el ambiente. Llegó la gran crisis, con despidos, recortes sociales y rebajas salariales y se acabaron las concesiones de la ciudadanía a los políticos. El PP, que hasta 2011 crecía en votos a pesar de que Gürtel ya había aflorado en nuestras vidas, se desmoronó electoralmente cuando el crack se tradujo en restricciones y conflictos sociales.

Y se tradujo en pobreza, que perdura. No ha sido la noticia con titulares más grandes de la semana, pero es la más preocupante porque viene a reflejar que algo se nos está escapando, que la macroeconomía y la vida real se han divorciado en el nuevo mundo posterior a la gran recesión. Mientras Pablo Casado pone el grito en el cielo por el aumento del salario mínimo, hemos sabido que el número de personas en riesgo de pobreza en la C. Valenciana creció en 2017, después de dos años de mejora, y la tasa de pobreza severa alcanzó su dato más alto de la serie, la segunda de toda España. Significa que 460.000 valencianos sobreviven (vivir sería una exageración insultante) con menos de 355 euros mensuales. Son datos de la EAPN, una entidad cuyos informes han sido considerados en el pasado rigurosos, así que no pueden cuestionarse ahora.

El panorama que tenemos delante es el de un territorio cuyos indicadores económicos crecen (y lo hacen por encima de la media española), el paro baja (también más que en el resto de autonomías) y la pobreza aumenta (más que en otras comunidades).

Extraña combinación, pero no es una paradoja, es el retrato de una sociedad postcrisis, peligrosamente más desigual, donde tener trabajo ya no equivale a salir de pobre. Los índices de vulnerabilidad publicados solo pueden indicar que han emergido nuevas bolsas de pobreza desde la marginalidad, que estamos en una sociedad demasiado precaria, donde la riqueza no se expande socialmente con la fluidez con que ocurría en el pasado. Quizá la gente no sale a la calle y no protesta porque ha vuelto al mercado laboral y tiene un salario, y lo aceptado es que debe estar feliz con esa buena nueva, aunque ese ingreso solo lo ha convertido en un trabajador pobre, que gana menos que cuando trabajaba antes de la crisis y tiene mayores gastos, porque el coste de la energía se ha disparado.

Dicen Ximo Puig y Mónica Oltra que el itinerario de medidas sociales del Consell es el correcto, que han puesto en marcha medidas contra la pobreza energética, la renta de inclusión (su repercusión no se puede medir aún, porque tiene meses de vida) y una nueva ley de servicios sociales. Si es así, habrá que analizar si la gestión de estas prestaciones no es demasiado lenta y en ocasiones disuasoria, y si la dotación presupuestaria es la necesaria para que no se queden en un simple anuncio.

El azar ha querido que la noticia haya saltado la misma semana que el Tribunal Supremo amaga con dar marcha atrás a una resolución favorable a los usuarios tras el daño causado a los bancos. Sabíamos que al final íbamos a acabar pagando el coste de la sentencia, pero al menos saboreamos la sensación de que los gigantes podían perder batallas. Ni por esas. Seguro que hay una base legal que justifica que el Supremo eche el freno, pero el mensaje que va a quedar es que el dinero tiene el mando en un Estado que en días como hoy cuesta llamar de derecho.

El pasado es una forma de ver el presente. En el siglo anterior la inestabilidad que abrió la guerra del 14 no se cerró hasta que, después de un estallido económico y otra sangrienta contienda mundial, se asentó una política de corte keynesiana de nivelación social. Los tiempos son otros, pero la historia tiene una irresistible tendencia a parecerse.

Más que con los bancos, en este país donde no hay fiesta nacional sin insultos (ya sea el 9 o el 12 de octubre), donde nos atizamos con banderas y los símbolos nos nublan la vista, existe un problema con la pobreza, que es lo mismo que decir con la redistribución de la riqueza. En este país donde la lluvia no sabe llover, que al menos el agua ayude a germinar la esperanza. Sea.

Compartir el artículo

stats