Nuestros dirigentes pregonan la sanidad universal, de calidad y gratuita; es una cuestión de ética, de solidaridad, de seguridad sanitaria para todos. Estos principios, que compartimos, olvidan, con frecuencia, otra cualidad importante: la sostenibilidad. La forma con que vemos que después gestionan la sanidad muestra que estamos prioritariamente en un discurso político, para conseguir más votos, los que les restaría una implementación adecuada del modelo de gestión para conseguir su sostenibilidad.

La sanidad universal, de calidad y gratuita, sin más, es insostenible a largo plazo, se necesita definir límites a la universalidad (ya no es tan universal), en cobertura poblacional, en prestaciones, pues sino es conocida la fórmula: «coste cero» igual a «demanda infinita» (la mayoría innecesaria).

Además, habría que reflexionar si una sanidad universal, en el sentido más amplio de contenido, también debería estar abierta, de forma regulada, incorporando a todos los profesionales.

Más recursos y más libertad de elección de la que ahora existe.

La idea de calidad se ha desarrollado sobre la creencia que cuanto «más» mejor: más consultas, más medicaciones, más análisis, más radiografías, más TACs, más resonancias, pero se ve que esos «más» tiene efectos perversos, unos directamente para el paciente: resultados ininterpretables, hallazgos de significado incierto, confusión, iatrogenia, todo peligroso para el bienestar y la salud; también para el sistema sanitario, ya que este «más» es más gasto (los políticos utilizan esta inversión como arma arrojadiza recíproca), y así los recursos nunca serán suficientes. Las listas de espera crecerán, con nuevas expectativas perversas para los pacientes angustiados por demoras para consultas y exploraciones innecesarias.

¿Quién fomenta esta idea del «más»? En primer lugar, la ignorancia o los intereses ocultos de algunos políticos, pues es en este «más» donde radica el crecimiento del negocio de las empresas de suministros sanitarios, con sus extensos tentáculos a nivel de las esferas de poder «lobbies», pero también formando, aleccionando y reclutando a muchos profesionales (no solo médicos) que disfrutan en las puertas giratorias de estos negocios.

Todo es legal, ¿pero es decente? Que vergonzoso resulta ver profesionales solicitando ayudas para actividades «científicas» a laboratorios farmacéuticos, donde actuaran profesionales «expertos» exponiendo los mensajes que interesa a estos patrocinadores, todo bajo los auspicios de sociedades profesionales, de las que son colaboradores.

Como modificar la idea del «más», debe comenzar con la educación sanitaria de la población, y con acciones sobre el abuso innecesario en el consumo de la sanidad (hablo de copagos), la vigilancia y el control del fraude, tan fácil en esta sociedad tan globalizada. Debe seguir con el desarrollo de la formación continuada institucional de los profesionales, desvinculada de los intereses de las industrias de suministros sanitarios, y con una ordenación de prácticas sanitarias de eficiencia evaluada, promoviendo, al mismo tiempo, la investigación que permita el desarrollo tecnológico y de gestión adecuados para conseguir esa sanidad pública universal y gratuita, con transparencia real, evitando los conflictos de intereses y las puertas giratorias tan escandalosamente legales que la haga sostenible.