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Carnero degollado

El asesinato del periodista Jamal Kashogi en el consulado saudí de Estambul será bestia y torpe, pero es coherente. Entre los mártires de la libertad no se cuenta ni un miembro de la familia Saud de Arabia a quienes, en cambio, les encanta que otros se inmolen por Alá, sea lo que sea Alá. Kashogi, el periodista, publicaba artículos en The Washington Post que el heredero, Mohamed ben Salman, considera un tebeo idólatra.

Por todo lo dicho es lógico que los campeones de la democracia en Oriente Medio -Estados Unidos e Israel- sean los avalistas del reino saudí. Las embajadas y legaciones nunca fueron un lugar seguro. Son extraterritoriales y así pueden perpetrar sus fechorías a cambio de que los demás tengan las mismas posibilidades en las suyas. Se llama juego diplomático, suele representar intereses y no personas y mucho después de que sus conciudadanos empezaran a pagar impuestos, algunos países decidieron ahorrarse la ferocidad con los suyos: oyes, si los matas, no pagan.

Kashogi había ido al consulado a buscar unos papeles para casarse, una decisión harto peligrosa, las nupcias. Le esperaba un equipo de una docena o más de carniceros con serruchos y un forense que es la especialidad médica que prefiere a los pacientes ligeramente faisandés. Para que no hubiera testigos les dieron vacaciones a los empleados turcos, usaron aviones privados, una flota de coches y muchas bolsas negras. Lo enterraron en el jardín de la casa del cónsul, nada como la familia.

Una chapuza de quien va sobrado porque le protegen los primos de Zumosol. Un liberal que ha dejado que las mujeres conduzcan, aunque no quemen tanta gasolina como los tíos que van por ahí de acelerones y correrías, por algo se empieza. Lo rebanaron vivo y con hilo musical: cómo gritaba el condenado. Luego buscaron un doble pero éste tenía pelo y el periodista era calvo, hay gente que pierde el pelo en una noche. Kashogi perdió la cabeza. Trataron de graparla a su ropa rellena de paja pero el muñecote se veía rígido y ponía ojos de carnero degollado, nunca mejor dicho.

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