Los factores geográficos provocan una rápida continentalización del clima. La cercanía al mar tiene dos importantes efectos: suaviza las temperaturas y aumenta las precipitaciones. El mar es fuente de la humedad atmosférica, de ahí el segundo efecto. Y al tiempo, actúa como un termostato, almacenando calor durante el verano y retornándolo durante el invierno. Siempre que no esté congelado, ya que entonces es un sólido. Nuestro Mediterráneo no cumple tan bien esa función en verano por sus elevadas temperaturas. Aún con esos matices, altitud media, contorno poco recortado y relieves periféricos, hacen que los climas españoles adquieran esos tintes continentales rápidamente. Especialmente, las cordilleras en la periferia. Vistas las causas, una manera simple de analizar el nivel de continentalización es calcular la amplitud térmica anual, es decir, la diferencia entre el mes más cálido y el mes más frío. Como siempre España es un país de contrastes, con amplitudes tan bajas como 4 ºC y otras que se acercan a los 22 ºC. Las más modestas, 4-6ºC las encontramos en las zonas bajas de las Canarias. Más cerca del ecuador es menor la variación anual de la inclinación solar y de la duración del día, y un océano más fresco cumple mejor su función de termostato. A medida que subimos en altura, la amplitud se incrementa pero nunca supera los 14ºC. Entre 8 y 14 ºC tenemos en las provincias norteñas y es el mar fresco el factor fundamental. La continentalidad aumenta hacia el sur, pero también hacia el este, donde el mar que puede influir es un mar cálido. Huesca y Lérida alcanzan valores cercanos a 20 ºC, ausentes en Zamora o Burgos. Los máximos hasta los 22 ºC se dibujan en la submeseta sur y en las elevaciones medias de las Béticas, algo impensable hacia el oeste.