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Matías Vallés

La rebelión del Tribunal Supremo

La concentración ejemplar del Tribunal Supremo en la aniquilación del golpismo catalán, ha cursado con otra confirmación de que la peste es contagiosa. Abundan las historias de científicos abnegados que se contaminan en sus laboratorios por un escape del virus que querían erradicar, nos sobresalta la biografía de médicos que fallecieron al infectarse de la enfermedad que combatían. El bacilo de la rebelión también se ha incubado en la cumbre de la justicia. Todos son Llarena, y el imprescindible exterminio de los rebeldes ha culminado en la imitación, no en vano advertía Nietzsche de que "quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo".

El Supremo ha calcado los crímenes que persigue en el independentismo, la maldita pulsión anarquista de la raza infecta los recintos más sagrados. No necesita mayor aclaración la rebelión del alto tribunal contra la Banca, felizmente sofocada mediante la anulación de la sentencia disolvente, como se obrara con las decisiones separatistas del Parlament. La sedición, en cuanto interrupción del tráfico de contratos de esclavitud hipotecarios, también hermana a catalanes y magistrados rebeldes. No debe despreciarse la malversación, porque la sentencia pecaminosa ha obligado a malgastar miles de euros de fondos públicos en su confección. Y si hay que justificar la desobediencia compartida por el procés y el proceso hipotecario, no entiendo cómo ha llegado usted hasta aquí.

El Supremo se ha dinamitado a sí mismo, otro ejemplo de la infiltración de los comportamientos que perseguía. Todos estamos contra la tortura en principio, pero la cárcel de Junqueras y compañía empieza a sonar a un castigo insuficiente ante su maldad intrínseca, esencial. O por seguir con el jurista Nietzsche de antes, "cuando miras largo tiempo a un abismo, también éste mira dentro de ti". Y a menudo no le gusta lo que ve.

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