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Juegos de guerra en el Ártico

Rusia "responde" a Moscú con maniobras a gran escala en el Ártico, titulaba el otro día un diario nacional en referencia a los nuevos juegos de guerra en esa región de condiciones climáticas extremas la mayor parte del año.

Las maniobras serán "un test sobre nuestra capacidad para recuperar la soberanía de un aliado, en este caso Noruega, tras un acto de agresión armada", explicó el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg.

Stoltenberg, ex primer ministro noruego, es miembro del Partido Socialdemócrata de ese país escandinavo, y no deja de sorprender cómo le gusta últimamente a la OTAN poner en ese cargo a dirigentes socialdemócratas y lo bien que les sienta a éstos el cargo.

La Alianza ha invitado expresamente a las maniobras a dos países de la región en teoría neutrales, Finlandia y Suecia, pero que, según el periódico, "no ocultan sus recelos" hacia la Rusia de Vladimir Putin.

No me resisto a reproducir aquí otras palabras del secretario general de la Alianza: "Trident Juncture envía un claro mensaje a nuestras nacionales y a cualquier potencial adversario".

"Trident Juncture: ¡cómo les gusta también a nuestros militares bautizar en inglés cualquier jueguecito de guerra!

Se dice que los ejercicios no son una "amenaza", sino sólo una respuesta a otras maniobras recientes de Rusia en las que participaron decenas de miles de militares para poner a prueba la capacidad de sus Fuerzas Armadas.

Pero, hablando de ejercicios, hay uno mental que me gustaría que hiciera conmigo el lector: imaginemos por un momento que maniobras de ese tipo tuviesen lugar en algún país del Caribe o en México, que su organizador fuese Rusia y el blanco potencial, los EEUU de América.

¿No se sentiría con razón este último país amenazado? ¿No tendría derecho a protestar por tamaña provocación a sus puertas? ¿Se quedaría de brazos cruzados?

Quienes escriben sobre esas maniobras hablan con nada disimulada admiración de la enormidad del despliegue militar que suponen: 180 vuelos y 60 fletes por mar para transportar hombres y material desde distintos países de la Alianza.

Nada se dice en cambio de lo que costará al erario público de los países participantes, ni por supuesto del gran negocio para el presidente Donald Trump, a quien el aumento de la las tensiones Este-Oeste le ayuda a exigir mayores esfuerzos militares de sus aliados y a engrasar la industria armamentista norteamericana.

¿No sería más conveniente para todos, menos para los negociantes de la muerte, tratar de rebajar mediante el diálogo las tensiones con una Rusia que se siente cada vez más cercada por una OTAN que no deja de crecer militar y geográficamente a expensas suyas?

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