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Si quieres ganarte la semana, lee

La lectura es como el agua, no debes dejar de tomar agua», dije. Y me miró fijamente como preguntándose qué tipo de hierba extraña me había fumado. He observado que la irrupción de los móviles en la vida de nuestros adolescentes va muy en detrimento de su capacidad de concentración. Al principio uno no le da mucha importancia a este hecho y piensa que es un efecto pasajero, y que podrán llegar a gestionarlo. Pero cuando ves que el tiempo pasa y no lo logran, empiezas a alarmarte. Pregunté a mi hijo cuántos de sus amigos leían y me dijo que aproximadamente sólo un tres por ciento lo hacía. Recibió el móvil con el cambio de colegio, cuando pasó a la ESO. Todos sus amigos lo tenían y él no quería ser menos. Ahora hace ya cuatro años. Ya sé que hay niños para todo. Soy defensora de las inteligencias múltiples. Pero hay unos mínimos. Y si bajamos el listón y damos por válido que algunos jóvenes no lean absolutamente nada, seguramente nos estemos equivocando.

Es como con lo de la asignatura de filosofía. Han pasado más de veinticinco años desde que mis compañeros de carrera y yo misma, entonces alumnos de Filosofía, nos encerramos en el aula magna de la facultad en protesta por la desaparición de la asignatura del plan de estudios. Recuerdo las manifestaciones en la que participamos. Y el entusiasmo que poníamos en ello. Pues bien, no nos hicieron ni caso. Y ahora, tantos años después, se demuestra que teníamos toda la razón.

Me alegra que vuelva a formar parte del plan de estudios. Pero casi parece que para propiciar este cambio haya afectado más el éxito de la teleserie «Merlí», cuya guión gira en torno a las vicisitudes de un seductor profesor de filosofía y su influencia sobre un grupo de adolescentes que a cualquier otra cosa. Han pasado casi dos generaciones de estudiantes que se han perdido esta importante formación y que probablemente tengan un espíritu crítico casi nulo. ¿Dejaremos que pase lo mismo con la lectura? Debería hacerse una serie de televisión cuyo protagonista fuera un lector o lectora empedernido. Ya verían cómo terminarían poniendo una asignatura sólo dedicada a fomentar el amor por la lectura y la escritura. Un cerebro que lee sólo desarrolla parte de su potencial. Imaginen si uno no lee nada.

Otro día, le solté el típico sermoncito bien intencionado y elocuente sobre los beneficios cerebrales de la lectura. Se limitó a escucharme con la hemicara izquierda mientras con la derecha controlaba los historiales de su Instagram. El efecto de mis palabras apenas rozó su dermis. Leyó media página o eso vociferó antes de quedarse dormido de forma fulminante. Queda más que comprobado que la lectura, además de todo lo anteriormente dicho, es el mejor somnífero del mundo. Media página, pensé. Bueno, por algo hay que empezar. No tiremos la toalla.

Un mundo que se transforma demasiado deprisa. Hoy día leer es lo mismo que hacer yoga; un acto de rebeldía. De hecho, hay una rama del Yoga, el Jñana Yoga que es el Yoga del conocimiento. Krishnamurti o Ramesh Balsekar son ejemplos de Jñana yoguis.

He observado que muchos jóvenes tienen pavor a detenerse porque su mundo es rápido y disperso. Les cuesta auto gestionarse, estar presentes, mirar, y o hablar sin consultar su móvil. Y para ponerse a leer no queda otra que activar el modo avión, desacelerar y hallar algo de paz interna.

El mundo cambia tan rápido. Y lo cierto es que no sabemos hacia dónde vamos. Lo más honesto es reconocerlo: «Cariño, no puedo decirte estudia esto o haz esto otro y asegurarte que las cosas te irán bien. Pero sí puedo decirte que un mundo de consumidores sin espíritu crítico y sin cultura es un mundo más peligroso y triste». Ellos notan que lo que les viene encima nada tiene que ver con lo que nosotros vivimos. Y mientras todo se transforma a pasos de gigante, y ellos se refugian en sus celulares, algunos y algunas seguimos aferrados a cierto romanticismo. Soy de las que piensa que aunque el mundo vaya a toda pastilla hay valores que siempre serán universales. Y la cultura y el arte siempre tendrán sentido, incluso dentro de una nave espacial, o en otro planeta. Porque forman parte de nuestra evolución y hablan de lo que somos, de nuestra esencia.

?La última estrategia, la materialista. Esta es la peor opción, la más cortoplacista pero probablemente sea la más efectiva en cuanto a milenials se refiere. «Si quieres ganarte la semanada, lee».

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