No conocí más que a la mujer pública. No tengo, pues, un conocimiento íntimo o directo, privado. De Carmen Alborch, en cuanto mujer pública, tengo, ahora ya, un recuerdo no tanto de lo que hizo, de sus actos, sino de su actitud, esa disposición del ánimo relacionada con la manera o el modo. Y la actitud de Carmen Alborch se resumía, para el espectador de la mujer pública, en la alegría y en la visibilidad. La alegría, la joie de vivre nietzscheana, es esa «disposición afirmativa, esa conformidad con el hecho de vivir». Frente a la insatisfacción de los que siempre se lamentan, la gravedad de los mortalmente serios y la melancolía de los que sólo añoran o esperan, la alegría expresa la satisfacción, la levedad y el sí no tanto a la vida ocurrida como al hecho de vivir. Esa alegría, frente al mundo cerrado de los tristes, necesita exteriorizarse, comunicarse: Carmen Alborch apostó por la visibilidad y el protagonismo, que es la cara de la alegría. Su sonrisa casi permanente y su apariencia o aspecto físico (abalorios, sombreros, vestidos, colores) no fueron algo anecdótico, sino una apuesta por la visibilidad, una exteriorización de la alegría. Nos morimos todos, pero parece que cuando lo hacen los alegres se apaga un foco. En su momento fueron J. V. Marqués, o Joan Verdú, o Carles Santos. Ahora Carmen, que nunca fue la buena esposa.

El acuerdo unánime de todos los partidos políticos a favor de la filosofía me pone contento. Y no me pregunten por qué estoy contento y no triste o preocupado: estoy contento porque estoy contento, del mismo modo que uno está enamorado porque está enamorado. No les recriminaré a los del PP lo que hicieron, sino que les agradezco sinceramente lo que hacen. Incoherente no es el que cambia de opinión, sino el que no se alegra y recrimina el cambio de postura, cuando esto era justamente lo que deseaba. Fíjense, sin embargo, y esta parece una característica de nuestro momento, que avanzamos retrocediendo, que progresamos hacia el pasado: habrá en el futuro filosofía en 4º de la ESO y en 1º y 2º de Bachillerato, que es justo lo que había o hubo. De la misma forma, parece que el avance en las relaciones laborales consistiría en acabar con la reforma laboral. En fin: ya no pensamos en mejorar el mundo, sino en conservalo. Virgencita, ¡que me quede como estaba! No obstante: bien está lo que está bien.

Hay una cosa que se llama definición persuasiva y que jode cualquier buena discusión. Por ejemplo, si defino el aborto (interrupción voluntaria del embarazo) como «el asesinato de niños inocentes», entonces no parece que podamos discutir demasiado: me has colado como premisa lo que sería tu conclusión. Digo esto porque hay un sector de opinadores y políticos que, cuando se plantean soluciones al «problema catalán» (o en Cataluña), definen lo sucedido como «golpe de Estado» y al gordito bizco y bonachón, digo de Junqueras, como «golpista». Así no hay manera.