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Quería ser como ella

Se nos ha ido Carmen Alborch. Fue ministra de Cultura, senadora, directora del IVAM, la primera decana de la Facultad de Derecho... pero lo que más la engrandece es que seguía siendo Carmen para quienes la conocían y la trataban. Cuántas veces la importancia y la valía de una persona va unida a su humildad, a su sencillez, a su cercanía. Ella era así, poseía esa extraordinaria capacidad de ponerse a tu altura, de acogerte e integrarte en su mundo. Las palabras que aquí le dedico salen de quien la admiraba antes de conocerla, desde la pantalla del televisor, cuando era ministra de Cultura. Hay mujeres que te impactan, que te contagian con su fuerza, que admiras porque de una u otra manera proyectan algo por lo que luchas, porque abren caminos para todas las que hemos hecho de la lucha por la igualdad una forma de vida, en lo personal y en lo profesional.

Yo quería ser como ella. Me gustaban sus trajes, su estilismo de vanguardia, moderno y atrevido, sus labios pintados. Ahora llevaré los labios pintados como ella, por ella, porque los llevaba con esa inusual naturalidad y elegancia hasta en sus últimos actos. Era la imagen de lo que muchas mujeres queríamos ser: modernas, libres y empoderadas. Y eso no se consigue con un cargo político, no se consigue con discursos ni desde una tarima, se consigue con inteligencia emocional y con una complicidad que emana sólo de ciertas personas capaces de proyectar ese liderazgo. Yo era entonces una vulgar profesora de universidad, madre, feminista y ella simbolizaba, con su inconfundible e irresistible forma de ser, el cambio que este país ha vivido en materia de igualdad.

Carmen fue capaz de traspasar ideologías y eso, tan difícil, explica la cantidad de personas que, desde diversas procedencias, desde posiciones políticas diferentes, desde distintas generaciones, se han acordado de ella y le han rendido homenaje. No todo el mundo muere igual porque no todo el mundo sabe vivir igual. Su figura fue creciendo a lo largo de la vida implicándose en proyectos y retos. Cuando empecé a trabajar en València coincidía a menudo con ella. Ya fuera en la presentación de un libro, en un acto de igualdad o un acto del partido, Carmen mostraba su actitud vital ante la vida. Siempre aparecía sonriente, generosa y amable. Como socia de Clásicas y Modernas, una asociación para la visibilidad de las mujeres en el mundo de la cultura, fue fiel a sus compromisos con la cultura y con el feminismo. Ejerció como socia activa, colaborando en los actos de conmemoración del Día de las escritoras. La última vez que coincidimos fue el pasado 22 de octubre, el día de las escritoras, que se celebró en la sede de la SGAE en València. Carmen asistió estupenda y moderna como siempre. Y hace falta tener alegría, vitalidad y humor para arreglarse e ir tan moderna. Todo eso y más era lo que derrochaba Carmen.

Desde 2015 dejó la política y reingresó en su universidad. Le ilusionaba la vuelta a la institución de la que salió para dedicarse a la política. Al irse dejó puertas abiertas y al volver contribuyó a que se abrieran más. Se implicó en los actos de la universidad, pudo haber sido la primera mujer presidenta del Consejo Social de la Universitat de València. He coincidido y charlado con ella en diferentes ocasiones y siempre fue la misma. Cuando la enfermedad asomó, fue un jarro de agua fría pero no consiguió arrebatarle la sonrisa. Esa fuerza que brotaba de ella, ese optimismo esperanzador, esa convicción de que hay que levantarse cada día para hacer un mundo mejor la acompañó hasta el final. El coraje con el que se enfrentó a la enfermedad es una lección que nos deja y que la convierte en un modelo a seguir, también en eso. La echaremos de menos. Nos queda su legado y su vida para recordarla. Nos quedan sus libros, sus charlas y sus conversaciones que la incluyen en la historia del feminismo de este país.

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