La memoria tiene menos prestigio que la inteligencia. Por eso, como decía La Rochefoucauld, todo el mundo se queja de su memoria, pero nadie de su inteligencia. Es más fácil decir «qué mala memoria tengo» que reconocer que andamos escasos de luces. Algunos, sin embargo, no tenemos ningún problema para admitir que nuestras pequeñas células grises, que diría Hércules Poirot, no son lo bastante listas como para permitirnos entender muchas cosas. Por ejemplo, los argumentos de esos tertulianos de ultraderecha moderada que aparecen en Trece cuando más te lo esperas. Estoy pensando en el debate sobre la eutanasia, abierto de nuevo después de la proposición de ley del PSOE de despenalización de la eutanasia y la ayuda sanitaria en caso de enfermedad grave e incurable o incapacidad grave crónica. He perdido la cuenta de las veces que Trece ha tomado como suya la opinión de la Iglesia Católica acerca de la eutanasia, una opinión que limita al norte, al sur, al este y al oeste con la extravagante idea de que la vida humana sólo está en manos de Dios. Sin ir más lejos, Trece permitió que José María Gil Tamayo, secretario general de la Conferencia Episcopal Española, presentara la eutanasia como un voluntario corredor de la muerte. La eutanasia, dice la Iglesia Católica y el tertuliano-tipo de Trece, es un monumento al descarte humano. Trece llegó incluso a organizar un debate sobre la eutanasia con la apostilla de la necesidad de «aplicar la ética a la economía». En esta línea, Pablo Casado, presidente del Partido Popular, declaró, para regocijo de la línea editorial de Trece y de la Iglesia Católica, que la eutanasia es un problema que no existe. Lo siento, pero no entiendo nada.

Admito que me faltan luces para entender a los grandes teólogos de la Iglesia Católica, a los doctos tertulianos de Trece, a esos «expertos en bioética» que se llenan la boca con la palabra «humanidad» cada vez que abominan de la eutanasia y con los políticos que no ven un problema donde hay una necesidad clara y distinta. Pero mi memoria funciona estupendamente, así que siempre recordaré las horribles palabras de Gil Tamayo, las bárbaras apelaciones al humanismo de tanto experto en bioética bíblica y las repugnantes declaraciones de Pablo Casado negando la existencia de un problema tan real como importante. Soy tonto, pero no desmemoriado. Ni olvido, ni perdono.