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Jarabe de maíz

El día de hoy ha quedado festivo e ideal para chillar, sobre todo a los que están vivos porque algunos dan más motivos que los que ya no están. Tengo pesadillas con esos oradores con tintes de charlatán, salidos de ese auge de la extrema derecha, aquí y allá. Discursos del terror, simples, facilones, con o sin puesta de escena, a través de voces alzadas, directas a los oídos de quien las necesita escuchar bajo el yugo de la ignorancia. Tiemblo, así que mejor huir hacia otras dimensiones en esta jornada en la que nuestra sociedad se enfrenta al final universal que tanto nos cuesta aceptar. Celebramos un más allá en el que el betacaroteno del naranja calabaza vence a llanto ancestral a base de chuches y sustos made in Hollywood.

Más entrañables y a veces graciosas, me parecen esas escenas costumbristas que todavía vivimos cerca. Están protagonizadas por quienes han perdido seres queridos, o no queridos y en cuyas vidas la cucurbitácea sólo es postre o sopas. Si fuera una escena de película esa sería sin duda Volver. Una imagen almodovariana con gamuzas, detergente y mucho brío, en esa puesta a punto para una lápida limpia y de recibo, en la que los restos en descomposición se presenten en un envoltorio lustroso de lápidas con letras y una imagen bonita en vida. La paz del descanso rota por momentos con visitas y flores, naturales, también artificiales, aunque estas últimas siempre me han parecido prácticas, pero de muy mal gusto.

Soy más de Halloween de película y la mejor maratón televisiva de estos días de ánimas pasa por Netflix. Hechizado estoy con «Hill House» de Mike Flanagan una serie que da miedo y ofrece mucho drama envuelto con sustos de calidad, sólo 10 capítulos y ganas de más. Ya en la pantalla grande me asusté con Jamie Lee Curtis con canas y al natural en la enésima secuela de La Noche de Halloween, el clásico de John Carpenter que vale la pena ver. Lorie contra Mike Myers, otra vez, cuarenta años después, demostrando que enésimas partes si se le sabe dar bien la vuelta, pueden ser buenas. La nostalgia acompaña al chillido previo a clavar el puñal y el chorreo el jarabe de maíz. Puñaladas de ficción y diversión, menos dolorosas que las cotidianas de lo emocional, en la vida real, sin muertos de por medio.

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