Vaya por delante mi más absoluta condena a la trata de personas y, en particular a la trata de blancas y mi propuesta de que a los delitos de secuestro se añada el de tortura puesto que eso, no otra cosa, es lo que sufren las víctimas. Ahora bien a esta altura del siglo XXI, ¿quién me hace el favor de informar al presidente del Gobierno y sus ministras acerca de lo que es hoy en día la prostitución?

Para empezar habría que advertir que la prostitución hace tiempo que dejó de ser una cuestión de mujeres e incluso de mujeres y hombres para hombres y que, a fecha de hoy, son numerosas las ejecutivas y altos cargos que acuden a la prostitución para encontrar la relación física y afectiva que satisfaga sus necesidades y compense sus carencias de relaciones físicas. Por lo tanto, ya está bien de hablar de cosificación del cuerpo de las mujeres y otros tópicos que olvidan que las mujeres han conquistado la igualdad en muchos campos y que, también aquí, se las encuentra en el lado de los clientes.

Otro tópico, por no hablar de mentira, es la invención de que el 80 % de quienes ejercen la prostitución lo hacen forzados por las mafias. ¿No será esa estadística el resultado de contabilizar tan solo los prostíbulos de carretera? Sería bueno recordar que sobre la existencia de los mismos siempre ha habido sospechas de connivencia con los cuerpos de seguridad y los políticos locales. Basta con hojear la prensa local de numerosas ciudades en su sección de contactos o simplemente aparcar en la calle para recibir información sobre un dédalo de pisos y personas que ejercen la prostitución y en ese caso resulta más difícil que se trate de una mafia que mantiene aisladas a las personas con las que trafica en locales con rejas como ocurre en nuestras carreteras. Además, una simple consulta de la red permite localizar centenares de personas que ofrecen servicios sexuales a cambio de dinero. ¿Son todos esos contactos el resultado de la trata de blancas?

Quien esté leyendo estas líneas se equivocaría si esperase encontrar aquí una apología de la prostitución. Nada más lejos de esto. Al ejercicio de la prostitución se llega por necesidad. Necesidad de sacar adelante a una familia e incluso necesidad de obtener dinero para pagar los estudios (en nuestro país las primeras matrículas de la universidad pública triplican el coste de Francia, a pesar de que allí los salarios sean más altos, mientras que en otros países con menor poder adquisitivo, como Estonia, son totalmente gratuitas). Es cierto que existe una minoría que se acerca a la prostitución por curiosidad o afán de nuevas experiencias pero la mayoría lo hace porque esa clase política, que ahora se ha vuelto tan moralista y protectora, se ha desentendido de sus necesidades, de sus problemas económicos y energéticos, de su falta medios para acceder a la universidad pública o al empleo y se ve en la tesitura de usar lo único que tiene, su cuerpo. Mientras, otros se suben al Ferrari de la casta en forma de créditos de interés bajísimo o especulan con pisos de protección social.

Ahora que muchas bocas se llenan con la memoria histórica habría que recordar a esta izquierda mojigata que el Gobierno de la República tuvo la valentía de legalizar la prostitución para hacer frente a la hipocresía, velar por la salud de las prostitutas (en aquella época prácticamente todas eran mujeres, no como hoy) y asegurarles un futuro. Las instituciones deberían ser más cuidadosas a la hora de analizar las conductas humanas y los problemas. Regular, no prohibir ni criminalizar, es el camino adecuado.