Por obra y gracia de un retuit llegó a la pantalla de mi teléfono móvil hace unos días un texto publicado en El País titulado Esa chica llamada Jo March. Y claro, mis ojos se pararon en seco y tuve que leerlo. Se trata del prólogo que Patti Smith ha escrito para una nueva edición de Mujercitas que hizo que, por unos minutos, volviera a rememorar todas las emociones que este clásico de Louise May Alcott me hizo sentir cuando apenas tenía unos doce años y empezaba a descubrir la literatura. Desde entonces, todo lo que cae en mis manos de Mujercitas se convierte automáticamente en objeto de deseo. Películas, series, ediciones ilustradas del libro... lo quiero todo, es como si la magia que para mí tiene esta historia se reavivara cada vez que a algún director se le ocurre hacer una nueva versión de la historia de las hermanas March.

Como le sucedió a Patti Smith, y a miles de mujeres en todo el mundo desde que se publicó en 1868, desde las primeras páginas de la novela tuve claro que quería ser como Jo. Esa joven testaruda que tenía claro que su vida era escribir y contar historias, le molestara a quien le molestara; siempre decidida a no tener que cargar con los convencionalismos sociales, pesara a quien pesara. De niña, me imaginaba a mí misma escribiendo en mi cuarto las historias que luego publicarían los periódicos, como le había ocurrido a Jo. Su ansia de libertad, su orgullo y su talento eran anhelos para mi inquieta mente preadolescente. No había otra opción, yo sería escritora como Jo. En aquel momento yo no tenía dudas de que la única protagonista de Mujercitas era ella, todos los demás personajes no eran más que el acompañamiento necesario para poder contar la historia de Jo.

Con las relecturas del libro y las tardes de domingos lluviosos viendo las películas fui descubriendo la verdad que para mí esconde esta maravillosa historia que un siglo y medio después sigue siendo un referente de la literatura. Y es que, en las emociones más primarias, podemos reconocernos en cada una de las mujercitas que dibujó Alcott en su novela. La timidez y el temor a la exposición pública de la frágil Beth; la envidia por las cosas materiales y el deseo de ser aceptada a toda costa, como le ocurre a la pequeña Amy; el conflicto al que se enfrenta Meg entre cumplir las expectativas y ser la hija perfecta o elegir en el amor; y el esfuerzo constante de Jo por ser ella misma, por no renunciar a nada y construir su vida según sus propias decisiones.

Creo que cualquier mujer (y cualquier hombre, por qué no) puede verse en parte reflejada en cada uno de los personajes, incluso en Laurie, el adinerado vecino falto de ambición que se convierte en parte fundamental de la vida de las March. Han pasado 150 años pero, en realidad, hay emociones universales que sobrellevan muy bien el paso del tiempo. Por eso Mujercitas es un clásico con mayúsculas. Por eso, y porque la lucha de las mujeres por tomar sus decisiones sigue estando vigente. Todas las mujercitas de Alcott ganan esa batalla para su vida de una manera u otra.

Con la excusa de este redondo aniversario, y a la espera de que la película que protagonizará Emma Watson se estrene, me dedicaré a ahondar en la biografía de la autora. Louise May Alcott tuvo una interesante vida, en parte reflejada en la novela, y que pese al indiscutible éxito de sus novelas sigue siendo una gran desconocida.