Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

El entusiasta cansado

Uno piensa que todo trabajo creativo merece ser remunerado con dinero contante y sonante y no de forma simbólica, con una palmada en la espalda o prometiendo al entusiasta creador un prestigio o reconocimiento que, tal vez, nunca llegará. Escribo esto al calor de una relectura del imprescindible ensayo de Remedios Zafra, titulado El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital. En el libro mencionado se abren muchas vías, pero por cuestión de espacio nos ceñiremos a unas pocas. Ciertamente, España es un país duro para quienes optan por la investigación o por la creación. Los trabajos creativos suelen considerarse actividades de entretenimiento, hobbies en el mejor de los casos y, por lo tanto, una afición o pasión no merece ser pagada con decencia. Muchos empleadores se valen del entusiasmo de esos trabajadores creativos. Se les trata de convencer del prestigio que adquirirán si se limitan a estar ahí, pencando, y que el reconocimiento, ese pago inmaterial e invisible, no tardará en llegar si tienen paciencia. Claro que, como bien subraya Zafra, no es lo mismo prometer prestigio y reconocimiento a quien tiene las espaldas guardadas que a un necesitado. Puede que el primero se conforme con el plus del prestigio, pero el segundo caerá en la frustración y tendrá que dedicarse a otros trabajos más penosos para sobrevivir. Lo triste de todo esto es que hay quien se vale del entusiasmo del trabajador, no para pagarle una miseria sino para no pagarle nada. Incluso peor todavía: se le dice al pobre entusiasta, con un cinismo digno de ser enmarcado, que hay quien pagaría por estar en su puesto. Por tanto, sobran las quejas.

El pobre entusiasta, cada vez menos entusiasmado, acabará dando las gracias por no cobrar nada y por ocupar un puesto que, según dicen, es un lujo. Lo más probable es que se quede, al final, sin dinero y sin prestigio y, por supuesto, con el entusiasmo por los suelos o convertido en rabia y resentimiento o, en fin, en depresión. Todo esto conduce a la corrosión del carácter, por decirlo con Richard Sennet, y que arranca desde una falta de respeto básico: no remunerar como se merece el trabajo creativo y venderlo como si fuese un capricho de artista ocioso cuando en verdad se trata de un trabajo, y todo trabajo debe ser remunerado, pero no con promesas vaporosas e inflamadas de un supuesto prestigio o reconocimiento, sino concretamente, es decir, con dinero. El entusiasmo, como todo, tiene su duración, y es cierto que muchos nos hemos emocionado y nos hemos sentido halagados cuando alguna de nuestras creaciones han sido elogiadas o publicadas en alguna revista o en forma de libro. Sin duda, eso satisface. Ahora bien, el entusiasmo, como todo en esta vida, tiene una duración larga o breve, pero una duración al fin y al cabo. Por no hablar de ese entusiasmo forzado o inducido, todo para exhibir un rostro amable de cara a la galería. Y dado que la vanidad es un peligro, a menudo nos conformamos con el reconocimiento verbal, con el cariño que nos demuestran, con las palabras elogiosas o, en fin, con la acumulación de "Me gusta" que vamos cosechando en ese gran muro erigido a la vanidad que es Facebook.

Compartir el artículo

stats