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Ocasio-Cortez

De todas las victorias de candidatos demócratas a la Cámara de Representantes de EEUU, la que más alegría me dio esta semana es sin duda la de Alexandria Ocasio-Cortez, una joven de madre puertorriqueña.

Crecida en el Bronx, la nueva legisladora estudió en Boston economía y relaciones internacionales y trabajó algún tiempo de camarera para ayudar económicamente a su madre viuda y devolver los créditos que le permitieron asistir a una buena Universidad.

Ocasio-Cortez colaboró estrechamente en su día con Bernie Sanders, el socialista que aspiró a la candidatura demócrata a la Casa Blanca y al que la dirección de ese partido, rendida a Hillary Clinton, puso la zancadilla por considerarle demasiado izquierdista.

La dirección demócrata apostó en su lugar por Clinton, que aspiraba a convertirse, gracias a su tirón entre el electorado femenino, en la primera mujer en alcanzar la presidencia de EEUU, pero con el resultado que conocemos: hoy tenemos a un autócrata, misógino y racista en la Casa Blanca.

Ocasio-Cortez no tiene ningún empacho en reconocer sus aspiraciones socialistas en un país fuertemente individualista donde, tras décadas de manipulación y propaganda, el socialismo se asimila siempre a planificación estatal, regulación y control del Estado.

Lo señalaba un reciente informe de la Casa Blanca de Trump sobre "los costes de oportunidad del socialismo": de implantarse, éste acabaría con los incentivos materiales a la producción y la innovación; se degradaría la calidad de los servicios sometidos a monopolio público, y el resultado de todo sería escasez y miseria.

Para los republicanos, los socialistas, incluso los moderados que militan en el Partido Demócrata, sólo aspiran a una cosa: destruir la libertad, empezando por la del mercado, y convertir a EEUU en una copia de la Venezuela de Maduro.

Claro que esos mensajes no se diferencian gran cosa de lo que aquí dice el Partido Popular de Pablo Casado a propósito del Gobierno socialista de Pedro Sánchez y su alianza non sancta con "la extrema izquierda" de Podemos. No parecen tener las derechas otro discurso.

Y, sin embargo, la estadounidense Ocasio-Cortez dista mucho de ser una marxista o una radical. Su idea del socialismo tiene que ver más bien con la socialdemocracia de los países escandinavos como Suecia o Noruega, lo cual para muchos republicanos huele ya azufre.

Partidaria de un sistema que garantice la sanidad universal además de trabajo para todos, considera el socialismo, según declaró ella misma a la revista Vogue, "participación democrática de los ciudadanos en la dignidad económica, social y racial".

Aspira Ocasio-Cortez a un tipo de sociedad que ofrezca siempre al ciudadano la posibilidad de decidir sobre su "bienestar económico y social", donde nadie sea tan pobre que no pueda pagar las medicinas que necesita y que garantice "un nivel básico de dignidad". ¿Qué hay de radical en todo eso? O tal vez sí, en los tiempos en que estamos.

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