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Charnegos, supremacistas y Rosalía

Rosalía, que así se la conoce desde que la Sony decidió ficharla y dirigir su promoción, es el fenómeno del año. De repente, desde el epicentro catalán se ha producido un maremoto en forma de neoflamenco en lengua española que ha revolucionado nuestra imagen en las Américas. En California se la rifan.

Aunque nos olvidemos por momentos de ella, la cuestión catalana sigue bullendo en su hornillo particular. Ya es difícil discernir si sigue su curso el Procés, una entidad metafísica que se encuentra como desvanecida por más que de tanto en tanto las Cup y otros grupúsculos antisistema den un arreón al fantasma de la República, cuyo ectoplasma se hace visible en forma de vídeoconferencia desde Waterloo a cargo de Carles Puigdemont.

Los dislates de corte supremacista le competen, en cambio, a Quim Torra, un presidente catalán con atributos como tal que ejerce, en cambio, otro rol completamente distinto. Estos desdoblamientos de la personalidad le vienen de antaño, como cuando fue destinado por una multinacional de los seguros en Suiza y allí se descubrió a sí mismo como un consumado dietarista en vista del aburrimiento profesional que le invadía. Torra jugó entonces a émulo de Josep Pla, otro ser nebuloso para el relato oficial de la independencia.

La cuestión catalana, en cualquier caso, está muy sujeta a una dirección publicitaria de campaña evidente. El soberanismo juega el papel de víctima frente a un Estado al que se tilda de totalitario, o al menos de intolerante y con severos déficits democráticos y judiciales. Los argumentarios son diáfanos: nada de violencia, nada de altercados, ni una gota de sangre ni un solo desliz xenófobo, anticharnego€ El catalanismo ha de aureolarse de humanismo y cultura arropada por el sonido de una tenora y, si es necesario, se reinventa un folklore bien alejado de las esencias españolas: frente a la tauromaquia o el flamenco, el nuevo aurresku que bailaron ante el morador de la Casa dels Canonges como bienvenida al Consell per la República.

Esa formulación cultural del catalanismo es particularmente visible en València, donde el nacionalismo ha tenido serias dificultades para conectar con las capas populares y, en cambio, ha conseguido florecer entre quienes más han valorado la lengua vernácula, los escritores. No es una circunstancia casual que el perspicaz editor y librero Eliseu Climent haya cimentado durante décadas su núcleo de resistencia en torno a la literatura. La celebración anual de sus premios Octubre se caracteriza por un hilo conductor altamente ideologizado, de ahí que sea previsible que, en las actuales circunstancias, los Octubre terminen siendo un evento de reivindicación del secesionismo catalán y no una mera fiesta literaria.

Nadie puede alegar ignorancia al respecto de los Octubre, y de ahí las cautelas al respecto de una parte importante de los actores del actual Consell de la Generalitat Valenciana. La lista de asistentes gubernamentales a la gala literaria es bien reveladora, tanto o más que la visita inaugural a la exposición de Antoni Miró en la Marina, dado que el alcoyano Miró ejerce de artista plástico fusteriano desde hace décadas y, de hecho, dedica su último trabajo a la exaltación del pueblo catalán prosoberanista.

Tales acontecimientos vienen ocurriendo mientras la causa judicial contra el independentismo entra en su penúltima recta final con la judicatura española por los suelos y TV3 apostando un enviado especial permanente en la explanada de la penitenciaría de Lledoners, cerca de Manresa. Pero no muy lejos de allí, junto a la histórica factoría de la Seat en Martorell, se encuentra el pueblo de Sant Esteve Sesrovires en lo que antaño fue un frondoso robledal. ¿Y qué tiene de significativo esta población de apenas 7.000 habitantes gobernada por el PSC y que gracias a su cercanía con la Seat y Barcelona ha logrado atraer la fábrica de Chupa Chups y centros logísticos de Mercadona, Decathlon o Amazon?

Pues que hace 25 años nació allí Rosalía Vila i Tobella, de nombre y apellidos con raigambre catalana, estudiante en la Escuela Superior de Música de Catalunya (Esmuc) y protagonista de la carrera más meteórica de la canción española en los últimos tiempos. Rosalía, que así se la conoce desde que la Sony decidió ficharla y dirigir su promoción, es el fenómeno del año. Ella ha fusionado el flamenco con el rap y otros ritmos urbanos, creando un estilo propio que ha triunfado internacionalmente. En California se la rifan.

Ha sido la estrella de la última gala de los premios MTV, nominada a los Grammy bajo la admiración de Alejandro Sanz, incluida en las listas del New York Times, en las de Charli XCX y otras más€ Cuenta con más de medio millón de seguidores ya en Instagram, con 15 millones de reproducciones en Spotify, más de 5 en You Tube€ Rosalía es la nueva ola española, una catalana que reconoce que en su tierra de origen se respira flamenco en cada esquina y ella se crió entre niños inmigrantes. Canta en andaluz pero habla en perfecto castellano y en catalán y se manifiesta contra los puristas de cualquier índole: «El flamenco es fusión de culturas», dice.

Rosalía no es gitana como Peret, el propalador de la rumba catalana, ni hija de emigrantes argentinos como el Gato Pérez, su modernizador. Rosalía factura vídeos musicales buenísimos y ultramodernos con la emergente productora barcelonesa Canadá, quienes regodean la estética más kitsch de la noche y la periferia de Barcelona. De repente, desde el epicentro catalán se ha producido un maremoto en forma de neoflamenco en lengua española que ha revolucionado nuestra imagen en las Américas. Pienso en tu mirá, canta y baila una joven mientras envía wasaps y transporta la cultura popular hispánica al vertiginoso siglo XXI.

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