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Si no sabes qué decir, di «liderazgo»

Mi amigo Nadal contaba que en una cena de alto copete se sentó al lado de una francesa que derrochaba glamur, estilo y escote. En un momento de la velada, la mujer, que era el foco de todas las miradas, dijo con marcadísimo acento francés y masajeándose las sienes: «Tengo un dolor de teta insoportable». Y se hizo el silencio. Mi amigo Nadal, que en este punto siempre echaba la cabeza hacia atrás y carcajeaba hacia el techo, afirmaba que lo mejor que podía sucederle a alguien era ser invitado a una cena chic. Porque solo ahí, una tête se convierte en una teta. Y no pasa nada.

El otro día tuve suerte y me invitaron a un evento de esas características. No conocí a ninguna mujer francesa, pero sí a una de por aquí que nada tenía que envidiar a la de por allá. Alguien que, entre tapita y copazo, me confesó que no soportaba a la gente evidente. Tierra, trágame. Deseé no formar parte de ese grupo de personas anodinas a las que, según ella, «siempre ves venir». «¿Quién es evidente?», pregunté. «La persona que, actualmente, te habla de 'liderazgo' o 'excelencia' y que ha contratado varias sesiones con un coach para encontrar su lugar en el mundo, por ejemplo. Es quien sigue la moda, la pauta. ¡Un aburrido!», dijo. Y, desde entonces, le doy vueltas a eso.

A los diecisiete años, nadie daba un duro por Carlos. Cuando digo nadie, me refiero a la comunidad educativa y a algún que otro compañero de clase. Carlos fumaba un poco de todo, se saltaba varias clases a la semana e iba en una moto con un tubo de escape que era un infierno. Era (y es) muy inteligente y era (y es) muy vago. No fue a la universidad y se puso a trabajar arreglando barcos. Ganó dinero. El suficiente como para comprarse otra moto, ésta de tubo de escape amable, y comenzar a recorrer España. La península se le quedó pequeña, pasó los Pirineos, llegó a Austria y así, como quien no quiere la cosa, acabó en China. Trabajaba de cualquier cosa y, mientras, se comía el mundo. A los treinta y pico se matriculó en una universidad a distancia y se puso a estudiar. Vive en Canadá. No sé muy bien qué hace, pero sí que hace lo que quiere.

Hay personas que a los dieciséis años ya saben lo que quieren hacer el resto de su vida y otros podrían reinventarse constantemente. Hay escritores que escriben sentados, otros, como Truman Capote o Scott Fitzgerald, lo hacen tumbados con un café y un cigarro y está Lucía Berlín, que crió a cuatro hijos, lidió con su alcoholismo, se casó y divorció varias veces y escribió maravillosos relatos. Los hay que se casan y tienen prole y los hay que no hacen ni lo uno ni lo otro. O lo hacen a la inversa unas cuantas veces. Hay personas que fotografían puestas de sol y está el brasileño Sasha Asensio, que solo enfoca a los que nadie se atreve a mirar. Hay quienes siguen la pauta establecida y otros se la saltan a la torera. La vida no es una línea recta. Menos mal. Mientras espero una invitación a otro evento chic, fulmino la palabra 'liderazgo' de mi vocabulario.

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