El Sindicato de Estudiantes ha convocado una huelga en la enseñanza bajo el lema «Fuera el machismo de nuestras aulas». Exigen -y me sumo a su propuesta- una educación afectivo-sexual en todas las etapas del sistema educativo, así como la derogación de la Lomce y una justicia menos patriarcal. Bienvenidas sean las protestas. Con todo, es necesario recordar a la maestra Celia Amorós y su «conceptualizar es politizar». Sin un riguroso y certero análisis del machismo en las aulas y en el sistema educativo -que lo hay y clama al cielo- nunca conseguiremos neutralizar los efectos perversos de una educación tan pasmosamente patriarcal y capitalista como la nuestra.

El alumnado ignora -por eso es alumnado, no profesorado- que la Conselleria de Educación acaba de publicar la guía de educación afectivo-sexual Els nostres cossos, els nostres drets. Rosa Sanchis y Charo Altable, sus autoras, han diseñado un material efectivo, crítico, apasionado y necesario si deseamos trabajar en el aula no sólo una sexualidad entendida sin puritanismos, sino también las emociones, la sensibilización contra la violencia de género, la introspección€ Es posible que la mayoría de docentes desconozcan este trabajo titánico y revolucionario, pero, ¿acaso importa a alguien abordar la sexualidad, la igualdad y el feminismo en el aula? Esa parcela de saber la ocupa la pornografía, fuente principal de información sexual de nuestros chicos, junto a otros aliados como el patriarcado y el neoliberalismo capitalista. ¡Y así nos va en la vida y en el aula!

La carencia más radical en el sistema educativo es la ausencia de coeducación. O si prefieren, el feminismo en las aulas (lo mismo da). Disponemos de abundantes recursos, entidades como Associació per la Coeducació dirigida por la incombustible maestra Paqui Méndez, materiales para aburrir (apabullan), una legislación que pide compromiso coeducativo, el Pacte Valencià contra la Violència de Gènere i Masclista, pero, ¿qué ocurre? Seré escueto: apenas hay docentes feministas. Mientras sigamos inmersos en temarios pantagruélicos, quimeras gremiales y complejos personales -la educación es ideología, se quiera o no- se cuela en el aula la desigualdad, el terrorismo machista y la falta de rigor profesional de docentes inconscientes, acomplejados y marcados por una mentalidad franquista. Propongo una ley educativa aguerridamente feminista. Sus posibles detractores -sean profesorado, familias u obispos- tienen una alternativa: váyanse a sus casas y dedíquense a otros menesteres. La igualdad y el feminismo se lo agradecerán.