A finales de julio de 2015, la Unesco estableció la celebración del Día Mundial de la Filosofía. Lo hizo considerando que esta disciplina era una de las más importantes del pensamiento humano, dado que aspiraba a lidiar con el sentido de la vida misma. Desde entonces, cada tercer jueves de noviembre se ha venido celebrando globalmente este evento.

El interés en torno a esta efeméride ha sido creciente, aunque por motivos opuestos: así como la población en general se siente cada vez más concernida con respecto a los interrogantes que abre -e intenta responder- la filosofía, cierta clase política parece empeñarse en arrinconar su cultivo en el ámbito que le es más propio, el educativo. Ésta es una tensión milenaria.

Es difícil por lo inconmensurable de su ámbito -el sentido vital- definir qué sea la filosofía. El pasado martes, José Luis Villacañas se hizo eco en un magnífico artículo de su feliz comparación con la esgrima en un festival de Madrid.

Esta metáfora de la filosofía como lucha incruenta ha cristalizado tradicionalmente en dos ámbitos: el positivo de la búsqueda de la sabiduría y el negativo de la destrucción de la ignorancia. El que sabe está obligado no sólo a vencer al que ignora, sino a mostrar por qué éste es ignorante, ayudándole con ello a superar la derrota.

Así, la asimilación de la filosofía a la esgrima atesora otro hallazgo valioso: no se trata de matar al rival, sino sólo de vencerlo para que, una vez recuperado, pueda seguir luchando. El adversario intelectual es valioso en sí mismo y la filosofía debe derrotar ideas, no personas. Tampoco debe incapacitarlas para la lucha.

Dije antes que la tensión filosófica con los gobernantes era milenaria porque en tiempos de Sócrates esta disputa se fraguó en el enfrentamiento con la sofística, el supuestamente falso conocimiento impartido por los interesados en réditos económicos o políticos antes que en la verdad. En todas las épocas, la misma batalla ha sido librada por diversos contendientes y distintas causas, pero con un mismo espíritu: saber frente a hacer ver que se sabe, o también oponer la mera información utilitarista al conocimiento con fines o sentidos vitales.

Nunca hubo sólo héroes o villanos en un mismo bando: grandes sofistas, escolásticos o historicistas se ganaron formar parte de la historia del pensamiento por sus sonadas victorias dialécticas. Del mismo modo, supuestos renovadores o destructores de una tradición anquilosada escribieron páginas merecedoras de oprobio. Tampoco la investigación del sentido vital ha estado siempre reñida con la utilidad práctica.

La lucha de la filosofía contra la ignorancia o en favor del conocimiento ha sido muchas veces la lucha de la filosofía consigo misma, en un duelo eterno e irresuelto del que surge la percepción de que ésta nunca avanza o se consume a fuego lento en debates estériles. Sin embargo, de las cenizas de su holocausto siempre han nacido bellas plantas: toda ciencia es hija de la filosofía y sus métodos de escrutinio racional. La mejor educación se ha fraguado en ese intersticio que es el diálogo entre quien -como Sócrates- ejerce la maestría y quien la recibe, sin dejar de señalar que muchas veces los papeles entre los protagonistas pueden intercambiarse: lo importante es que ambos aprendan y que las ideas se muevan y renueven en bella y bélica coreografía.

La propia filosofía no se pone siempre de acuerdo sobre si Sócrates era el héroe o el villano, pero sí en que el ateniense fue el inventor de la esgrima y que fue condenado a muerte por la política -esa manera de hacer la guerra por otros medios en afortunada reformulación de Foucault-, que no toleraba ser puesta en cuestión.

Preguntémonos, dos mil quinientos años después, si lo que que se quiere es derrotar ideas o simplemente eliminar adversarios molestos cuando aún ayer mismo, día Mundial de la Filosofía de 2018, cierta clase política pretende hacer desaparecer esta disciplina de la etapa educativa obligatoria, incumpliendo una demanda social y sus propios compromisos en el Congreso. Por nuestra parte, los amantes de la sabiduría nos dedicaremos a celebrar con la ciudadanía un bello combate de ideas que, lejos de destruirnos, nos dota de sentido como especie pensante.