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Los gordos arden mal

Decían los viejos refranes que donde hay gordura hay hermosura, pero los tiempos cambian que es una barbaridad. La Conselleria de Sanidad, sin ir más lejos, tomó el otro día la iniciativa de prohibir la incineración de cadáveres con obesidad mórbida, aduciendo que su cremación exigiría una cantidad excesiva de combustible. Detalle que, a juicio de los jerarcas valencianos, supone una inaceptable contaminación del medio ambiente. Por fortuna, los impulsores de tan ecológica medida decidieron dar marcha atrás. Se ignora si fue por la presión del lobby de los obesos -que seguramente existe- o por las cuchufletas que suscitó su decisión al poco de ser conocida.

No son nuevas estas economías que algunos países adoptan en nombre del ecologismo o de la salud pública. En Gran Bretaña, por ejemplo, las autoridades llegaron a plantearse hace un par de años la restricción de intervenciones quirúrgicas a los pacientes aquejados de exceso de peso o del hábito de fumar. La propuesta consistía -o consiste aún- en poner a la cola de la lista de espera a quienes sobrepasen en un 30 % el índice de masa corporal. Se les daría, eso sí, la oportunidad de bajar unos cuantos kilos y, si fuera el caso, abandonar la fumeta; pero ya se sabe que el cumplimiento de tales requisitos exige tiempo. Un tiempo del que quizá no dispongan los que necesitan operarse, aunque estén gordos.

Lo de los muertos en la Comunitat Valenciana resulta ya un tanto punitivo, si se tiene en cuenta que un entierro a la vieja usanza es mucho más costoso que una incineración. Parece un castigo monetario a los deudos del fallecido, cargándoles encima con la deuda de grasa del familiar difunto.

Los muertos suelen encontrarse en mal estado, salvo excepciones. El actor James Dean, que tal vez fuese un adelantado a su tiempo, proponía vivir rápido, morir joven y dejar un bonito cadáver. No es seguro que la frase fuese suya, pero lo cierto es que él, personalmente, cumplió con todos esos requisitos. Ninguna pega le hubieran puesto las autoridades valencianas.

Son, en todo caso, opciones que probablemente solo estén al alcance de las estrellas de Hollywood y de gente adinerada, en general. Ya parece un poco excesivo pedir a los ciudadanos del común que se mantengan en forma para morir como Dios y la comunidad autónoma mandan.

A ello hay que añadir el dato de que la obesidad no siempre se debe a que sus víctimas sean tragaldabas en la línea del galo Obelix, a las que conviene castigar por sus pecados de gula. Por raro que parezca, la gordura está vinculada en estos tiempos contemporáneos a la pobreza y el subsiguiente consumo de alimentos de baja calidad, más baratos y con mucha más grasa que los saludables. La imagen del potentado obeso, con puro y sombrero de copa, pertenece ya, como es sabido, a tiempos más bien lejanos.

Podría admitirse, si acaso, que los gordos arden peor que los flacos: argumento utilizado por los gerifaltes de Sanidad para prohibir -aunque luego se hayan enmendado- la cremación de los cadáveres con sobrepeso. Aun así, un gobierno de izquierdas debería tener en cuenta que la economía no lo es todo; y menos a la hora de darle a alguien el último pasaporte.

Mal asunto este de que la autoridad competente nos persiga con sus normas y decretos hasta el sepulcro. Habrá que apuntarse al gimnasio ahora que aún es tiempo.

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