Los cuidados son un ingrediente básico de la vida, aquello que sustenta todas las dimensiones y etapas de la existencia, y que todas y todos necesitamos, sin excepción, en diferente grado e intensidad a lo largo de nuestras vidas, desde la infancia hasta la vejez. Hasta ahora, las mujeres (esposas e hijas) han sido las encargadas de proveer mayoritariamente la atención de las necesidades desde el ámbito privado y no remunerado.

Pero la sociedad actual ha cambiado mucho. Por una parte, las mujeres han conseguido romper la tradicional división sexual del trabajo y sitúan sus prioridades vitales en la formación y el empleo y no únicamente en el ámbito familiar. Por otra, las estructuras familiares han cambiado, creciendo el número de hogares unipersonales (25 %) o monoparentales (10 %), cada vez con menos miembros y descendencia: con una media de 1,3 hijos o hijas por mujer en España, estamos ante una tasa de natalidad dramática, muy alejada de los 2,1 que garantizan el relevo generacional.

Somos una sociedad que está envejeciendo a gran velocidad. Si hace 50 años sólo el 9 % de los españoles tenía 65 años o más, ahora este porcentaje asciende al 21 % y llegará al 40 % poco antes de 2050. A ello se suma el incremento constante de la esperanza de vida en los países occidentales, que crece a razón de tres meses por año, con lo que a finales de siglo se podrá llegar a superar los 100 años de vida.

Teniendo en cuenta también que cada vez entramos más tarde y de manera más precaria al mercado laboral y que desde el momento de la jubilación podemos tener por delante 20 ó 30 años de vida no productiva; teniendo igualmente presente que la gran mayoría de hogares no tienen los recursos suficientes para contratar en el mercado los servicios y bienes de cuidados que necesitan; con todo ello, ¿cómo vamos a sostener un sistema, no sólo de pensiones, sino de atenciones y cuidados a toda la amplísima población que los va a necesitar?

Como plantea la socióloga María Ángeles Durán, ha llegado el momento de convertir el cuidado en un tema político y abordarlo como el gran desafío social, económico y demográfico que es. De visibilizar la existencia del cuidatoriado, esa clase social precarizada formada mayoritariamente por mujeres -españolas o migrantes- dedicadas a cuidar a menores, enfermos crónicos o personas dependientes. Porque ese trabajo de cuidado supone una riqueza invisible y unos costos que hasta ahora no han sido valorados desde la economía. Ninguna sociedad justa y que aspire a progresar socialmente puede seguir cargando sobre los hombros y la salud de las mujeres el trabajo de cuidados.

Tomando los cuidados como un problema político de primer orden, es necesario plantear un nuevo pacto social, diría que un pacto de Estado por los cuidados, desde el que articular de manera imaginativa y valiente nuevas maneras de equilibrar la proporción y las maneras de garantizar los cuidados que proporcionan familias, empresa, entidades sociales y Estado.